miércoles, 5 de agosto de 2009

LA PORCINA



De todas las pestes cotidianas, esta se puso pesada- pensaba en tanto caminaba por la de la catedral cerrada- porque ahora son como los chinos cierran al mediodía. Cruzó la plaza dejando atrás los juegos que el municipio cambió justo, justo, el verano pasado. Más de dos meses sin plaza. Iba refunfuñando con un sabor amargo, con mal talante, con broncas acumuladas.
Cómo voy a ser cuando pase los setenta, un tarado de esos viven quejándoos de todo – sospechó. Sólo faltaba la peste esta, ya tuvimos el dengue que dicen que va a volver, la crisis mundial, la campañas para las elecciones y ahora ¡la porcina...! después dicen que Dios es argentino, si claro, si es argentino es un antipatria, caviló mientras entraba a la obra. No había querido acercarse hasta retirar el resultado del isopado. ¡s una fiebre por la garganta, no ves que tengo cualquier porquería, me duele pero es una angina...!
-Y desde cuando sos doctor vos? Estás igual que los de la tele, cualquiera se recibió de médico ahora... cualquiera da consejos contra la mierda esta... hacéme el favor andá hasta el hospital y que te vean, pensá en los chicos, mirá si se nos enferma alguno – fue la reacción de su mujer el día que se levantó con temperatura.
Y había perdido 10 días de trabajo. Si, ¡minga que me los van a pagar...!
- Si no te los pagan hacemos una denuncia, si tenés todos los certificados.
- Si, los certificados de una angina
-¡Pero había que esperar los resultados!

Entró en medio de la cara de susto de sus compañeros.
Estaban terminando de comer unos sandwich de mortadela. Atrás habían quedado los días de asado. Ahora la parrilla se armaba el día que cobraban y por alguna extra, nada más.
Antes de acercarse sacó los certificados.
El capataz se adelantó. Tomó los papeles. Balanceó su cabeza a un lado y otro.¿No fue la porcina? ¿Y qué pasó? ¿Te perdiste? Ah... ¿Recién hoy los resultados? Que bárbaro, bueno, ¿Estás bien? Entonces dale nomás. Acá por suerte siempre hay algo para hacer. Sí, si, quedate tranquilo que yo te lo peleo. Más bien. Les voy a decir que yo te mandé avisar que hasta no tener los papeles del doctor no te queríamos por acá. No te preocupes que estos no son boludos, te los van a pagar. Quedate tranquilo. Si, dale. Anda para el último piso, que empezaron a poner los azulejos.

Ramón Oviedo subió hasta el noveno con su bolsito para cambiarse. Cuando dio vuelta la mirada observó a sus compañeros en plena tarea. Sintió chuchos de frío. El cuerpo le pesaba y una sudoración repentina lo invadió. Debe ser idea – se dijo- sin tener en cuenta que las salas del hospital por donde había caminado durante tres días en busca del certificado, era un gran foco infeccioso.

HIPOTECARIO

Hay que ganar mucho: la mayoría no tenemos tanta plata ahorrada- dice Cecilio- con voz de ilusión rota.
Marcela lo mira y calla, tiene en los ojos las ganas de terminar de cocer el pastel de papas, que los chicos coman y se vayan a dormir de una buena vez. Están insoportables, piensa mientras baja el horno, apura para que terminen la tarea, recoge ropa de la soga y escucha a su marido en tercer plano. Ella le dijo que no eran más que anuncios electorales, que esos créditos estaban lejos de gente común, como ellos: titulo secundario apenas, operario y administrativa en la misma fábrica. La que hizo que se conocieran hace once años.
Cecilio masculla que lo que tiene ahorrado no alcanza ni para señar medio baño. ¿De donde van a sacar el 30% que exigen? De ningún lado, esta claro, no hay posibilidad.
Ahora Marcela enchufa la plancha y apaga el horno. Las bombitas de bajo consumo son un tristeza, pero se ahorra; se dice mientras el silencio le hace sentir que él espera una respuesta entonces, sale del paso con un “y, claro” mientras repasa los guardapolvos de mitad de semana. Hace señas para que despejen la mesa. Ya está la cena y el hipotecario puede quedarse donde está porque nuevamente no serán parte, piensa sin querer continuar el tema porque le da bronca y comer con broncas no es bueno.
Cecilio dice que sería bueno que si pudiesen juntar un poco más... Marcela lo mira ¿un poco más? Con qué si apenas llegan a fin de mes, ya recortó todo lo posible pero no piensa vender su dignidad a la hora de la comida. Hay cosas que no se negocian - piensa: la comida, los libros para la escuela, algo de ropa de vez en cuando y un helado a la semana. No pide mucho, sólo espera que no quieran recortarle nada más.
Los chicos farfullan palabras, peleas, ruido doméstico. La plancha, la ropa, el frío primero, Cecilio que desangra esperanzas, la radio de fondo, la televisión que no cesa. Los guardapolvos en perchas van al picaporte de la puerta que da al patio. Apresura el pastel de papas, un poco de jugo de sobrecito, apaga la radio de tangos tristes, sube la tv, empieza gran cuñado. La familia integra la mesa, hay pan fresco.
Pone el canal de deportes para que Cecilio se despeje. Los chicos quieren a Tinelli. Ponen el canal de la dispersión. Faltan las servilletas. Marcela mira la familia, están juntos, alrededor de la mesa. Mira a su compañero de la vida. Sonríe. Mañana será otro día.