lunes, 8 de febrero de 2010

RASTROS DE NOSOTROS


Leli llegó con algunos bizcochitos rescatados de las góndolas de un supermercado. Ricardo y Carlos colocan una media sombra en la ventana del sótano. Los cuatro en silencio se disponen a organizar las cajas abarrotadas de escritos, cuadernillos y fotografías digitales recuperadas de otras sepia.

La madrugada los sorprende con hambre.
Algo habrá que preparar. Las bolsas de alimentos secos y la escasa agua les impone una nueva manera de cocinar. Allí hay gas, pero no han tenido suerte con la electricidad. Por eso tratan de trabajar de día sin embargo, hoy han debido arreglarse con un viejo sol de noche, porque el entusiasmo ha podido más que la realidad.

Desde el sótano, por la ventana que queda sobre la vereda de Montes de Oca, Elizabeth vislumbra un rayo de claridad gris.
Sin pensarlo demasiado se arremolina y puede constatar que la lluvia ha cesado. Hay poca gente por todos lados y un silencio gutural enferma sus ganas de relaciones públicas. Los demás se han quedado dormidos. Saca una mano por una hendija que dejaron los muchachos por expreso pedido de ella. El aire espeso refriega un sabor áspero.
No sabe qué día es. Entiende que han pasado demasiadas horas y que el riacho cercano - maloliente en otra época - no es más que el dibujo sobre la tierra, que semeja una rama seca.
El sol, una mancha lánguida y grisácea, dibuja espectros; y algunas estrellas, flotan dibujando otras estrellas.
Lo único que le preocupa es hallar más escritos. Sin hacer ruido, busca su barbijo y sale a transitar por las calles de su pueblo.

Donde estuvo el viejo edificio que atesoraba documentos es el refugio de alimañas. Será cuestión de reintentar el ingreso al archivo histórico del Centro Cultural Barracas al Sud, esta vez con la ayuda del fuego para ir abriéndose paso.
Sabe que su bisabuela Raquel trabajó allí y que alguna vez gastó esas calles en compañía de sus amigos, talleristas y conocidos. Sabe que revisó - como pretende ahora ella - papeles amarillos y resquebrajados que la ayudaron a recomponer la historia de algunas personas relacionadas con las letras, la literatura y la historia de Avellaneda. Que en muchas ocasiones Raquel y su padre, hablaron del fenómeno ambiental y de los terribles riesgos a los que estaban expuestos, hasta que un día sucedió: aquel imborrable 29 de diciembre comenzó con una llama en la planta de coque y continuó con un cordón de fuego que comió por 25 de mayo hasta Roca todas las casas y conventillos. Y las fábricas fueron explotando junto a todo el polo y un nudo gigantesco de humo y gases hirvieron por Manuel Estévez a sus habitantes, sus sueños y sus futuros. Y desde el Riachuelo hasta Quilmes sobre la rivera miles de muertos y las plantas industriales y villa inflamable... Domínico y su parque, Sarandi y su costa ¡y tantos lugares! hoy no son más que un recuerdo de esos que sangran por los poros de quienes pertenecen al lugar.
Recordó que su bisabuela sostenía que a lo mejor, era lo que el universo necesitaba: volver a empezar (y pensó que la vieja estaría arteriosclerótica para pensar así sin medir consecuencias). Aquellos, en los que Raquel y su padre conversaban, eran los tiempos de la llamaba globalización y el país se caía en pedazos gracias al capitalismo atroz que se había impuesto durante las últimas décadas del 1900.
Y por eso, era importante dejar testimonios - estableció la familia a través de las generaciones - para que no volvamos a equivocarnos tanto, para que todos tomemos conciencia. Había dejado escrito la vieja en un diario que fue pasando en manos de la familia y finalmente Elizabeth tomó como misión.
Y quiere ser, al menos intentarlo, quien continúe la busca de información y dejar reescrito nuevos testimonios. A pesar de su osamenta cansada lo intentará (se ha dicho cada vez que sus fuerzas flaquean).

Las alimañas roen los pocos alimentos que van quedando a la vista. Los hipermercados han sido vaciados y la gente que se reencuentra se abraza y habla en medio de la congoja, acerca de comenzar una nueva forma de organización.
El aire de a poco se vacía de gases tóxicos y los residuales son los que afortunadamente, se soportan; aunque todos saben que sus pieles no volverán a ser iguales.

Llega al viejo edificio de Mitre 366.
Un temblor en el alma inunda su piel de sudor. La entrada principal está bloqueada y el pasillo de la izquierda por el que ingresa, es frío y oscuro, se conservan en sus paredes murales viejos que cuentan la historia de los saladeros, de los frigoríficos y apeaderos. Sigue el camino y se topa con una daguerrotipo, unos pasos más y traspasa un pequeño patio, otro gran portón y de nuevo hacia la izquierda, una puerta abierta la aguarda.

Pudo recuperar escasos papeles.
La han corrido bichos inmundos que se desconocían hasta antes de la explosión del polo petroquímico. Son seguramente nuevas especies de alimañas adaptadas a la nueva atmósfera del lugar - piensa.
Regresaré las veces que sea necesario - se dice en tanto con un gran esfuerzo trata de cargar la mayor cantidad de material posible que estaba en sobres anaranjados, debajo de algunas cajas polvorientas y roídas.

El aire espeso derrama una sensación pegajosa en su rostro. Le arden los ojos. Al transitar las calles se cruza con algunos conocidos que revisan casas vacías en busca de comida, de muebles, según sean los casos, también de ropa.
Ella se siente afortunada porque el día de la explosión se había quedado en casa de una amiga en Adrogué. Pero al instante piensa en su familia residente de Dock Sud que están desaparecidos. Una vaga sensación de orfandad sacude su pecho. Otra vez esa angustia le cierra el alma y desea como hace tantos días, que esto no sea más que una larga pesadilla colectiva y que de una buena vez, todos despierten al mismo tiempo y pueda recuperar su ciudad tal la recuerda.

Todavía y a pesar de que han transcurrido más de dos meses, los cordones sanitarios no permiten salir ni entrar a nadie. Aún no sabe bien de dónde surgen sus fuerzas para completar el mandato familiar. En el refugio de la calle Montes de Oca (donde funcionaba la escuela de danzas) cerca del Centro Cultural y de la casa de algunos conocidos, armarán los archivos de la nueva Avellaneda.
Algunos la miran con desprecio - por ocuparse de algo “tan intelectual” en estos momentos - le han llegado a decir, en las reuniones que se realizan en lo que fuera la casa de la cultura y en las que se dividen las ocupaciones para la reorganización.
Elizabeth sabe que un pueblo sin memoria esta condenado a reiterar errores y en eso basa su meta.
Sabe también que no habrá nuevas oportunidades para muchos.
Que su ciudad se ha convertido en un basurero de deshechos químicos anunciados por tanto tiempo y que nadie escuchó. Que las ciudades aledañas no quieren saber nada con Avellaneda, que quienes viven allí son discriminados por la posible portación de enfermedades contagiosas y porque el aspecto es diferentes a los del resto, sus pieles...

Sacude la cabeza para intentar espantar tanta tristeza y agonía.
Llega a lo que es su nuevo hogar. Entra en silencio. Los demás ya se han levantado.
Una y otra vez trata de cambiar la cara para no infectar de tristeza a sus amigos. El desayuno, igual que la cena, finalmente sigue siendo bizcochitos y mate.
Durante el desayuno arreglan las actividades del día. Siente la mirada de Carlos como un apoyo moral importante. Ricardo aún está semi dormido. Los cuatro y como un principio impuesto por la realidad tan agobiante, se toman de las manos formando una rueda de la que saben que nadie saldrá sin una buena razón. En silencio se levantan y cada uno sale hacia su destino: mientras Leli va a su casa en busca de agua y algo que sirva para la alacena, Elizabeth se dirige a lo que fue la Sociedad Popular de Educación para tratar de conseguir material y acrecentar lo hallado. Ricardo y Carlos han salido a buscar elementos que les permitan armar estantes para el archivo.
En dos horas los cuatro volverán a encontrarse.

Otro día, desde la esperanza de reconstruir un nuevo lugar para quienes quieran conocer las raíces de su devastada ciudad, harán frente a los gases químicos, a la falta de agua y alimentos y por sobre todo a los recuerdos que cada uno tiene de quienes ya no están.
Y en el más silenciosos de los lugares de la ciudad, cuatro personas intentarán a través de la información, que la historia no se reitere y que finalmente Avellaneda vuelva a ser un lugar pujante, como lo fue alguna vez hace mucho, muchísimo tiempo.

HAITÍ


Levantó su mirada al cielorraso y preguntó por qué. Cuál era la razón.
Después, desde el ventanal continuó la búsqueda de una respuesta que no halló.
Se fue a la cocina. Peló tres papas y una batata y dejó la carne en huevo y provenzal.
Se sacó el delantal ordenó un poco su cabello, tomó algo de dinero y salió.
Hacía mucho calor.
Descubrió en las miradas y los comentarios del barrio una vaga sensación de desconcierto.
Algunas nubes opacaron por un rato el sol de enero.
Dejó la coca cola, los pall mall y una cajita de caldos sobre la mesa de la cocina.
Entró en la habitación y armó las camas. En el baño cambió las toallas y revisó si el frasco de champú aún tenía contenido, colocó los hisopos en su lugar; en tanto una opresión en el pecho no la dejaba respirar bien.
Puso la pava para el mate de media mañana mientras Víctor Hugo hacía que su audiencia se deleitase con el fragmento de una ópera.
En el lavadero hizo todo muy rápido: un poco de jabón líquido, suavizante y toda la ropa blanca con lavado completo.
Sintió un mareo. Se tomó de la pileta y despacio se dirigió a la cocina.
Ya en la silla miró el agua que estaba hirviendo. Habría que poner otra.
Al levantarse revolvió un poco las milanesas y se preguntó dónde estaba Dios. En Haití seguro que no- se dijo.
La radio continuaba contando acerca del desastre. Las imágenes de la TV sin audio, le generaron pavor.
De la heladera sacó una soda.
El calor abrumaba.
Llamó a su amiga. Dejó mensaje y comenzó a rebozar las milanesas.
Miró de nuevo el cielo por la ventana. Y una molestia en la órbita de los ojos la sobresaltó.
La radio pintaba un desorden de política interna al que no quiso darle mayor importancia. Las imágenes de aquellos niños en el medio de los escombros le habían pegado en el alma.
Dejó las milanesas en la heladera. Apagó el cigarrillo. Tomó soda y cambió el agua para el mate.
Se fue al comedor. Se sentó en el silloncito de la ochava.
Miró la tele. Escuchó desde la radio parte de “Caballería Rusticana” y decidió que era mejor apagar la televisión, quedarse en silencio con la música.
Las pulsaciones eran demasiadas. Busco socorro en las pastillas para la presión. Volvió a sentarse y lloró.
Lloró mucho.
Lloró el resto de la mañana.

jueves, 10 de diciembre de 2009

UNA REALIDAD


Miguel se levantó esperanzado esa mañana.
Había sol triste de otoño aletargado. Miguel ama el otoño y dice siempre que no tendría que existir otra estación. Que la primavera tiene demasiado buena prensa pero que es de lo más inestable, que el verano es para que los ricos paseen mientras los miramos por tv y el invierno para que los pobres se mueran de frío mientras los mismos ricos del verano esquían- sostiene.
Puso a calentar el coche. Porque Miguel no es de lo que arrancan y se van. Su mujer lo saluda con un beso tibio mientras le alcanza el último mate de la mañana y se lo pasa por la ventanilla en tanto, pasa la escoba por la vereda.

Miguel ha decidido hace unos días que quiere enfrentar la vida de otra manera. Está por cumplir 53 y ya está. Lo que se logró hasta acá alcanza y es suficiente como para vivir una vida digna- se dice mientras llega a la avenida Mitre.
Se sube una mujer madura que le pide que la lleve hasta 2 cuadras antes del obelisco – empezamos bien – cavila mientras baja la banderita y desde Sarandí emprende viaje.
El tránsito está alocado es insoportable.
Es el precio por vivir tan cerca de todo, señora, esto es así. Si uno viviese en Brandsen o Luján… la vida sería otra - le escatima como respuesta al rezongo mañanero de la pasajera.
El microcentro es un hervidero de gente que va de acá para allá. La pasajera ya descendió.
Por la radio avisan que no vaya por “el Bajo” porque en el ministerio de trabajo hay concentración. Entonces Miguel toma por Figueroa Alcorta y se va para Palermo y después anda por Belgrano y el mediodía lo encuentra en Núñez.
Suben y bajan pasajeros y hablan y el contesta con monosílabos porque no es de hablar mucho.
Una lluvia de humedad y cielo pesado se diluye antes de comenzar. Aunque dura 3 minutos a él le viene bien porque un señor mayor con un chico, le pide si lo lleva hasta la provincia. Desde Caballito hasta ¿dónde? Porque ya es hora de mi regreso por eso le pregunto.
Voy a Sarandí le dice el anciano que carga nieto de matrimonio separado. Miguel se sonríe.

El mate de aperitivo lo espera con un cuernito de grasa y noticiero viscoso, el llamado telefónico de su hijo es un regalo muy especial: van a ser abuelos. Decide apagar noticiero, quiere disfrutar.
Los chicos vienen para acá quieren festejar con un vinito y unos choripanes que traen ellos - dice la mujer mientras a Miguel le brilla la mirada. Hacía ya cuatro años que esperaban la noticia.
Abraza a su compañera de siempre y ella abraza junto a él esta vida tan simple que por ahora viene sin sobresaltos. Sencilla, sin grandes cosas, con enormes alegrías de vez en cuando. Y con tristezas que son la ley de la vida.
Suena el timbre y va al encuentro de un hijo que desde hoy ya no es el mismo, y una nuera alocada que siempre pone la nota de griterío y risas fuertes.
Todos se abrazan ahora. Es cierto, piensa de nuevo Miguel: hoy ha sido un buen día.
Por suerte apagó el noticiero, porque muy cerca, en Wilde, están pasando cosas terribles.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

ESO


Comenzó a trepar.
Trepaba… desde la llamada boca del estómago – que hace unos días no tenía más que fuego y basura.
Sintió. Imaginó que a lo mejor tenía uñas filosas y garras (se dijo por la sensación que le recorría su adentro hasta llegar a la lengua y le dejaba esa bilis amarga en el paladar).
Desde el esófago -acuñó su mente – Eso, la quería molestar una y otra vez. Alucinó que a lo mejor algo putrefacto se debatía por esparcirse en lugares diferentes de su adentro.
Desde el esófago, se reiteró.
Y luego recorre con lentitud lugares hacia arriba ocasionando un quejido sin voz en medio de la habitación; que permanecía en semipenumbras.
Sus pensamientos eran interrumpidos por el imperceptible vibrar de las persianas que eran de plástico y ante la menor brisa, se hacían sentir.

Con un esfuerzo denodado intentó concentrarse en Eso.
Pensó que si lograba focalizarlo podría enfrentarlo. En tanto, Él continuó perforando sus paredes interiores.
Arremetió contra lo que visualizó como algo semejante a una caño y lo sintió viscoso, a la altura del corazón.
No sabía nada de anatomía pero imaginaba sus adentros llenos de saliva, de agua, y de sangre, mezclados o por distintos canales. Pero no importaban tanto los lugares porque el fuego y el hedor seguían esparciéndose.

Ahora, un poco más disperso.
Ahora, acompañado por gravitaciones leves que producían ondas de igual manera que una gota gruesa al caer en una superficie plana de agua.
Entonces ya no fue solamente el tracto digestivo – como había escuchado le decían - ahora era un alrededor que producía un abanico horizontal de cortes ácidos.
No era como Alien, se dijo al mismo tiempo que se descubrió sonriendo. Imaginó su cara como una mueca rota, por esa molestia que no dejaba de crecer.

Pensó en encender la luz, descartó la idea para no herir sus ojos. Prender un cigarro lo alimentaría más, calculó en tanto comenzó a sentir como su vientre se hinchaba, la boca se empastaba, y entre una distancia y la otra en medio de la caminata incesante de él, descubrió que el corazón le latía ahora más acelerado.
En pocos segundos un golpe tierno invadió su todo hasta cerrarle la glotis. ¿O sería epiglotis?
Intentó sonreír pero ni siquiera se asomó la mueca rota de hacía unos minutos.
Abrió la boca como un pez que lo intenta todo antes de convertirse en pescado.
Acarició con las manos fría su vientre, ahora prominente.
Eso no andaba por allí.
Él ahora pugnaba por salir.
Deseaba salir.
Quería expulsarse.
Fue cuando dudó. Por un momento… dudó… Y cerró la boca con premura y también los ojos y sus manos fueron puños en una milésima de segundo.


Todo: el agua, la bilis, la sangre, la saliva. Todo mezclado confluyó en la garganta… y las garras, pezuñas… dedos… que asomaban hacia el hueco de la boca y ocupaban el paladar… hicieron fuerza por salir de una maldita vez.
Ya no lo dudó más.
No lo dejaría salir.

De ninguna manera el maldito abandonaría su hábitat cuando se le antojase.
Hizo fuerza. Un desconocido esfuerzo, pero lo hizo una, y otra y otra vez.
Y se lo tragó.
Fue entonces cuando admitió que ese sabor ácido con gusto a aluminio, con dejo a sangre, con áspera textura era parte suya.

Giró sobre la cama. Abandonó la posición fetal y se incorporó para ayudar a que bajase todo cuanto antes.
Oteó alrededor y el cuadro con el afiche de Paris se dejaba descubrir por las luces que se colaban por las hendijas de la ventana. Se imaginó caminando por Paris y al fin su sonrisa fue verdadera.
Era definitivo.
No lo dejaría ir.
Debería aprender a convivir con Eso; que antes que nadie, era preferible - se convenció -que en definitiva era su compañía. No lo echaría.
Se recostó…
Inspiró profundo y con un impulso seco tragó, y tragó y tragó otra vez… hasta sentir que Eso se había acomodado.

Estaba en su lugar.
Otra vez allí.
En su lugar, nuevamente, como debía ser.

sábado, 7 de noviembre de 2009

PAISAJE



Cae la tarde sobre el viejo Puente Pueyrredón, y una masa metálica transita, en paralelo - por el otro puente- el final de la jornada.
Hace calor de Avellaneda casi en verano.
Un viejo junta cartones. Algunas siluetas entran al bingo, otros se dirigen hacia las torres como llegada al hogar tras un día de trabajo acompañado por el corte de la C.C.C.
Ya nadie se asusta de ver caras encapuchadas. Por H. Irigoyen han estado cerca de la Estación de Avellaneda. Siguen los reclamos de quienes han sido postergados. Continúan las marchas en busca de respuestas. Los rehenes somos los de siempre: gente que va a su trabajo, al estudio, a… vivir.
Avellaneda supura puestos de trabajo que son pocos. Emana fábricas por sus laterales, despliega una historia de grandes industrias y muchas escuelas.
Avellaneda tiene la mirada de una ciudad que no quiere quedarse en la intención.
Desde la ventana del noveno piso, veo la brisa que hace bailar a los pocos árboles que hay en Mitre. Puedo vislumbrar el favor tibio de una caminata por el puente peatonal, “camino de las geishas” le decimos los lugareños, que cansa en cada uno de sus escalones espantosos.
Desde lo alto los ómnibus semejan elefantes cansados. Mucha gente espera su transporte. Algunas señoras con sus bolsas intentan buscar ofertas inexistentes, y unos colegiales repican sus voces, componiendo un bullicio alegre, el de la juventud.
Frente al centro cultural un edificio gris con aspecto de abandonado, descansa sus persianas cual párpados pesados.
Va a llegar la noche en cualquier momento en mi ciudad. Y de pronto un relámpago hiere el cielo como una daga luminosa.
Las primeras gotas gruesas de agua pesada se estrellan contra los vidrios del ventanal. No puedo evitar recordarte, querido Julio*… Yo no sé, mira, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro, qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de la ventana; se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae. Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes, mientras le crece la barriga; ya es una gotaza que cuelga majestuosa, y de pronto zup, ahí va, plaf, deshecha, nada, una viscosidad en el mármol. Pero las hay que se suicidan y se entregan enseguida, brotan en el marco y ahí mismo se tiran; me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse.
Tristes gotas, redondas inocentes gotas. Adiós gotas.
Adiós.Entonces me aparto de la ventana.
Prendo un maldito pucho.
Enciendo la lámpara y elijo un libro de poemas. Y decido olvidarme del afuera, decido entonces, ser feliz, por un rato.

*Julio Cortázar

jueves, 29 de octubre de 2009

¿Volviste? Volvimos…


Marta está en el “cofee breack”. Ella lo llama así. Debe creer que de esa manera, el hacer huevo queda más elegante. Luís entró con cara de mal humor y se sirvió en el vaso descartable un café al que llenó de azúcar.
Atrás quedaron los aplauso del glorioso día pensé que se había hecho algo para pasar a la historia.- piensa Luís- y lo dice en voz alta.

No te calentés. Ellos se van y nosotros quedamos. Acá como siempre. Como desde hace veintipico de años. Le dice Marta, somos empleados... o ¿te la hicieron creer…?
Si. Puede ser. Pero trabajamos mucho para que resulte ser una nube… y de humo tóxico.
Eh, che, ¿Qué les pasa? Se acerca Valente. ¿Qué son esas caruchas? ¿Tenés fuego? Ahora hay que esconderse como cuando en la escuela fumábamos en los baños… ¿Se acuerdan?
No sé nunca fume. Contesta ácido Luís.
Bueno viejo. No es la muerte de nadie. Si se sabía que esto era sólo cuestión de tiempo…mientras duró, duró… vamos a estar bien… este país… siempre sale a flote como los…
¿Qué decía valente? A vos no te calienta el país que le dejamos a nuestros hijos…
Y, al menos mejor que el despelote que recibimos nosotros está… tuvimos que lidiar con los milicos… ¿o no te acordás de nuestra adolescencia…? ¡Ni fumar marihuana se podía! Ja, de que te quejás… ahora al menos no los encierran por un porrito, y el congreso está abierto. Si lo tenés en cuenta como una fuente de trabajo… el congreso es un buen curro…
Marta mira y escucha mientras se sirve otro café. Valente agrega: las épocas van cambiando. Que estemos por volver a que nos hagan una auditoria no es tan grave… si después de todo no podemos quedarnos afuera del mundo. ¿O quieren que nos vuelvan a das bonos en lugar de guita?
¿Una auditoria? Dejate de jorobar… ¡Eso es un eufemismo macho!
Como te gusta hablar en difícil ¿eufemismo? Es lo que es… vienen una vez al año, miran las cuentas, opinan y ya está…
Si fuera nada más que eso…
Muchachos déjense de arreglar el mundo. Denle, vamos. Que se hace tarde. Hay reunión de comisión de comercio exterior y si ven que no estamos empiezan a tirar la bronca. ¡Si nosotros no vamos a arreglar nada…! Si cumplimos cada uno con lo suyo… esa es una manera de hacer las cosas para mejor de todos. Dicen que cuando vuelva el ministro de allá quiere tener todo el papelerío en orden. ¿Sabés lo que va a ser esto…? Pero está bueno porque es cuando más horas extras cobramos.

Se abrió la puerta de la cocina: -¿Gente…! Reunión de comisión… Ya empezó. Que sean 6 cafés, dos té con limón y dos mates cocidos. Muchas gracias. Prepárense que esto va para largo. Vamos a tener que comer algo en un rato.
¿Qué les dije muchacho? Vamos a tener horas extras. Además por más que digan que no van a buscar plata afuera, acá siempre hay olorcito al vil metal. ¿Vamos? Yo llevo los vasos con agua. El FMI nos estaba esperando… y volvimos…

jueves, 8 de octubre de 2009

MAMARRACHO


¿Desde cuando mirás eso vos?... Si no entendés nada…
¡Sh…! Que quiero saber. Dejame escuchar que todo el mundo dice, todos hablan que no va a haber más canales de televisión que van a cerrar radios. Dejame escuchar… tonto.
¡Mirá si nos van a dejar sin canales…! ¿Que te pensás que son tarados…? ¿Sabés la que se arma... si nos quedamos si tele?... Se los venderán a otros los canales. Pero dale negra, los mires o no, no cambiás nada… dejate de joder y dame el control remoto, dale.
No. Dije que lo iba ver y lo voy a ver. Si querés ver otra cosa andá a la tele de la cocina. Yo tengo las piernas hinchadas…estoy, en mis días complicados. Dejame escuchar dale.
Pero, ¿Viste algo más aburrido que todos esos zánganos que encima que les pagamos fortunas entre todos, no laburan y firman las leyes sin leerlas? Porque… ¿Escuchaste no lo del tipo ese que dice que la verdad que no leyó…? ¡Y encima a vos se te da por hacerte la intelectual y querés escucharlos…! ¡Cuando fue lo del campo también!... ¿Te acordás? Hasta las cuatro de la mañana te enganchaste… Y para qué… decime… ¿Se solucionó algo?
Beto, te pido por favor. No todo es fútbol en la vida.
Dale negra. Dejate de joder. Aunque sea pone el que bailan. Aunque sea…
Claro aunque sea mirás culos ¿No?
Bueno, más divertido que esto es…

Beto se levantó refunfuñando y se fue a la cocina. Prendió la televisión y mientras sonaba música tropical y una carcajada insoportable, preparó unos mates.
Negra ¿querés un amargo?
Pero que no esté muy caliente, vos sabés que…
Si claro que sé. Después de catorce años sé como te gusta el mate.
Beto apareció con una bandeja que portaba el mate, la pava, y un paquete de bizcochitos.
¿Qué haces? ¿Apagaste la otra tele? ¿No vas a ver el bailando?
Si apagué. Tengo ganas de estar con vos. Y mamarracho por mamarracho. Preferible mamarracho en buena compañía.