jueves, 10 de diciembre de 2009

UNA REALIDAD


Miguel se levantó esperanzado esa mañana.
Había sol triste de otoño aletargado. Miguel ama el otoño y dice siempre que no tendría que existir otra estación. Que la primavera tiene demasiado buena prensa pero que es de lo más inestable, que el verano es para que los ricos paseen mientras los miramos por tv y el invierno para que los pobres se mueran de frío mientras los mismos ricos del verano esquían- sostiene.
Puso a calentar el coche. Porque Miguel no es de lo que arrancan y se van. Su mujer lo saluda con un beso tibio mientras le alcanza el último mate de la mañana y se lo pasa por la ventanilla en tanto, pasa la escoba por la vereda.

Miguel ha decidido hace unos días que quiere enfrentar la vida de otra manera. Está por cumplir 53 y ya está. Lo que se logró hasta acá alcanza y es suficiente como para vivir una vida digna- se dice mientras llega a la avenida Mitre.
Se sube una mujer madura que le pide que la lleve hasta 2 cuadras antes del obelisco – empezamos bien – cavila mientras baja la banderita y desde Sarandí emprende viaje.
El tránsito está alocado es insoportable.
Es el precio por vivir tan cerca de todo, señora, esto es así. Si uno viviese en Brandsen o Luján… la vida sería otra - le escatima como respuesta al rezongo mañanero de la pasajera.
El microcentro es un hervidero de gente que va de acá para allá. La pasajera ya descendió.
Por la radio avisan que no vaya por “el Bajo” porque en el ministerio de trabajo hay concentración. Entonces Miguel toma por Figueroa Alcorta y se va para Palermo y después anda por Belgrano y el mediodía lo encuentra en Núñez.
Suben y bajan pasajeros y hablan y el contesta con monosílabos porque no es de hablar mucho.
Una lluvia de humedad y cielo pesado se diluye antes de comenzar. Aunque dura 3 minutos a él le viene bien porque un señor mayor con un chico, le pide si lo lleva hasta la provincia. Desde Caballito hasta ¿dónde? Porque ya es hora de mi regreso por eso le pregunto.
Voy a Sarandí le dice el anciano que carga nieto de matrimonio separado. Miguel se sonríe.

El mate de aperitivo lo espera con un cuernito de grasa y noticiero viscoso, el llamado telefónico de su hijo es un regalo muy especial: van a ser abuelos. Decide apagar noticiero, quiere disfrutar.
Los chicos vienen para acá quieren festejar con un vinito y unos choripanes que traen ellos - dice la mujer mientras a Miguel le brilla la mirada. Hacía ya cuatro años que esperaban la noticia.
Abraza a su compañera de siempre y ella abraza junto a él esta vida tan simple que por ahora viene sin sobresaltos. Sencilla, sin grandes cosas, con enormes alegrías de vez en cuando. Y con tristezas que son la ley de la vida.
Suena el timbre y va al encuentro de un hijo que desde hoy ya no es el mismo, y una nuera alocada que siempre pone la nota de griterío y risas fuertes.
Todos se abrazan ahora. Es cierto, piensa de nuevo Miguel: hoy ha sido un buen día.
Por suerte apagó el noticiero, porque muy cerca, en Wilde, están pasando cosas terribles.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

ESO


Comenzó a trepar.
Trepaba… desde la llamada boca del estómago – que hace unos días no tenía más que fuego y basura.
Sintió. Imaginó que a lo mejor tenía uñas filosas y garras (se dijo por la sensación que le recorría su adentro hasta llegar a la lengua y le dejaba esa bilis amarga en el paladar).
Desde el esófago -acuñó su mente – Eso, la quería molestar una y otra vez. Alucinó que a lo mejor algo putrefacto se debatía por esparcirse en lugares diferentes de su adentro.
Desde el esófago, se reiteró.
Y luego recorre con lentitud lugares hacia arriba ocasionando un quejido sin voz en medio de la habitación; que permanecía en semipenumbras.
Sus pensamientos eran interrumpidos por el imperceptible vibrar de las persianas que eran de plástico y ante la menor brisa, se hacían sentir.

Con un esfuerzo denodado intentó concentrarse en Eso.
Pensó que si lograba focalizarlo podría enfrentarlo. En tanto, Él continuó perforando sus paredes interiores.
Arremetió contra lo que visualizó como algo semejante a una caño y lo sintió viscoso, a la altura del corazón.
No sabía nada de anatomía pero imaginaba sus adentros llenos de saliva, de agua, y de sangre, mezclados o por distintos canales. Pero no importaban tanto los lugares porque el fuego y el hedor seguían esparciéndose.

Ahora, un poco más disperso.
Ahora, acompañado por gravitaciones leves que producían ondas de igual manera que una gota gruesa al caer en una superficie plana de agua.
Entonces ya no fue solamente el tracto digestivo – como había escuchado le decían - ahora era un alrededor que producía un abanico horizontal de cortes ácidos.
No era como Alien, se dijo al mismo tiempo que se descubrió sonriendo. Imaginó su cara como una mueca rota, por esa molestia que no dejaba de crecer.

Pensó en encender la luz, descartó la idea para no herir sus ojos. Prender un cigarro lo alimentaría más, calculó en tanto comenzó a sentir como su vientre se hinchaba, la boca se empastaba, y entre una distancia y la otra en medio de la caminata incesante de él, descubrió que el corazón le latía ahora más acelerado.
En pocos segundos un golpe tierno invadió su todo hasta cerrarle la glotis. ¿O sería epiglotis?
Intentó sonreír pero ni siquiera se asomó la mueca rota de hacía unos minutos.
Abrió la boca como un pez que lo intenta todo antes de convertirse en pescado.
Acarició con las manos fría su vientre, ahora prominente.
Eso no andaba por allí.
Él ahora pugnaba por salir.
Deseaba salir.
Quería expulsarse.
Fue cuando dudó. Por un momento… dudó… Y cerró la boca con premura y también los ojos y sus manos fueron puños en una milésima de segundo.


Todo: el agua, la bilis, la sangre, la saliva. Todo mezclado confluyó en la garganta… y las garras, pezuñas… dedos… que asomaban hacia el hueco de la boca y ocupaban el paladar… hicieron fuerza por salir de una maldita vez.
Ya no lo dudó más.
No lo dejaría salir.

De ninguna manera el maldito abandonaría su hábitat cuando se le antojase.
Hizo fuerza. Un desconocido esfuerzo, pero lo hizo una, y otra y otra vez.
Y se lo tragó.
Fue entonces cuando admitió que ese sabor ácido con gusto a aluminio, con dejo a sangre, con áspera textura era parte suya.

Giró sobre la cama. Abandonó la posición fetal y se incorporó para ayudar a que bajase todo cuanto antes.
Oteó alrededor y el cuadro con el afiche de Paris se dejaba descubrir por las luces que se colaban por las hendijas de la ventana. Se imaginó caminando por Paris y al fin su sonrisa fue verdadera.
Era definitivo.
No lo dejaría ir.
Debería aprender a convivir con Eso; que antes que nadie, era preferible - se convenció -que en definitiva era su compañía. No lo echaría.
Se recostó…
Inspiró profundo y con un impulso seco tragó, y tragó y tragó otra vez… hasta sentir que Eso se había acomodado.

Estaba en su lugar.
Otra vez allí.
En su lugar, nuevamente, como debía ser.

sábado, 7 de noviembre de 2009

PAISAJE



Cae la tarde sobre el viejo Puente Pueyrredón, y una masa metálica transita, en paralelo - por el otro puente- el final de la jornada.
Hace calor de Avellaneda casi en verano.
Un viejo junta cartones. Algunas siluetas entran al bingo, otros se dirigen hacia las torres como llegada al hogar tras un día de trabajo acompañado por el corte de la C.C.C.
Ya nadie se asusta de ver caras encapuchadas. Por H. Irigoyen han estado cerca de la Estación de Avellaneda. Siguen los reclamos de quienes han sido postergados. Continúan las marchas en busca de respuestas. Los rehenes somos los de siempre: gente que va a su trabajo, al estudio, a… vivir.
Avellaneda supura puestos de trabajo que son pocos. Emana fábricas por sus laterales, despliega una historia de grandes industrias y muchas escuelas.
Avellaneda tiene la mirada de una ciudad que no quiere quedarse en la intención.
Desde la ventana del noveno piso, veo la brisa que hace bailar a los pocos árboles que hay en Mitre. Puedo vislumbrar el favor tibio de una caminata por el puente peatonal, “camino de las geishas” le decimos los lugareños, que cansa en cada uno de sus escalones espantosos.
Desde lo alto los ómnibus semejan elefantes cansados. Mucha gente espera su transporte. Algunas señoras con sus bolsas intentan buscar ofertas inexistentes, y unos colegiales repican sus voces, componiendo un bullicio alegre, el de la juventud.
Frente al centro cultural un edificio gris con aspecto de abandonado, descansa sus persianas cual párpados pesados.
Va a llegar la noche en cualquier momento en mi ciudad. Y de pronto un relámpago hiere el cielo como una daga luminosa.
Las primeras gotas gruesas de agua pesada se estrellan contra los vidrios del ventanal. No puedo evitar recordarte, querido Julio*… Yo no sé, mira, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro, qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de la ventana; se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae. Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes, mientras le crece la barriga; ya es una gotaza que cuelga majestuosa, y de pronto zup, ahí va, plaf, deshecha, nada, una viscosidad en el mármol. Pero las hay que se suicidan y se entregan enseguida, brotan en el marco y ahí mismo se tiran; me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse.
Tristes gotas, redondas inocentes gotas. Adiós gotas.
Adiós.Entonces me aparto de la ventana.
Prendo un maldito pucho.
Enciendo la lámpara y elijo un libro de poemas. Y decido olvidarme del afuera, decido entonces, ser feliz, por un rato.

*Julio Cortázar

jueves, 29 de octubre de 2009

¿Volviste? Volvimos…


Marta está en el “cofee breack”. Ella lo llama así. Debe creer que de esa manera, el hacer huevo queda más elegante. Luís entró con cara de mal humor y se sirvió en el vaso descartable un café al que llenó de azúcar.
Atrás quedaron los aplauso del glorioso día pensé que se había hecho algo para pasar a la historia.- piensa Luís- y lo dice en voz alta.

No te calentés. Ellos se van y nosotros quedamos. Acá como siempre. Como desde hace veintipico de años. Le dice Marta, somos empleados... o ¿te la hicieron creer…?
Si. Puede ser. Pero trabajamos mucho para que resulte ser una nube… y de humo tóxico.
Eh, che, ¿Qué les pasa? Se acerca Valente. ¿Qué son esas caruchas? ¿Tenés fuego? Ahora hay que esconderse como cuando en la escuela fumábamos en los baños… ¿Se acuerdan?
No sé nunca fume. Contesta ácido Luís.
Bueno viejo. No es la muerte de nadie. Si se sabía que esto era sólo cuestión de tiempo…mientras duró, duró… vamos a estar bien… este país… siempre sale a flote como los…
¿Qué decía valente? A vos no te calienta el país que le dejamos a nuestros hijos…
Y, al menos mejor que el despelote que recibimos nosotros está… tuvimos que lidiar con los milicos… ¿o no te acordás de nuestra adolescencia…? ¡Ni fumar marihuana se podía! Ja, de que te quejás… ahora al menos no los encierran por un porrito, y el congreso está abierto. Si lo tenés en cuenta como una fuente de trabajo… el congreso es un buen curro…
Marta mira y escucha mientras se sirve otro café. Valente agrega: las épocas van cambiando. Que estemos por volver a que nos hagan una auditoria no es tan grave… si después de todo no podemos quedarnos afuera del mundo. ¿O quieren que nos vuelvan a das bonos en lugar de guita?
¿Una auditoria? Dejate de jorobar… ¡Eso es un eufemismo macho!
Como te gusta hablar en difícil ¿eufemismo? Es lo que es… vienen una vez al año, miran las cuentas, opinan y ya está…
Si fuera nada más que eso…
Muchachos déjense de arreglar el mundo. Denle, vamos. Que se hace tarde. Hay reunión de comisión de comercio exterior y si ven que no estamos empiezan a tirar la bronca. ¡Si nosotros no vamos a arreglar nada…! Si cumplimos cada uno con lo suyo… esa es una manera de hacer las cosas para mejor de todos. Dicen que cuando vuelva el ministro de allá quiere tener todo el papelerío en orden. ¿Sabés lo que va a ser esto…? Pero está bueno porque es cuando más horas extras cobramos.

Se abrió la puerta de la cocina: -¿Gente…! Reunión de comisión… Ya empezó. Que sean 6 cafés, dos té con limón y dos mates cocidos. Muchas gracias. Prepárense que esto va para largo. Vamos a tener que comer algo en un rato.
¿Qué les dije muchacho? Vamos a tener horas extras. Además por más que digan que no van a buscar plata afuera, acá siempre hay olorcito al vil metal. ¿Vamos? Yo llevo los vasos con agua. El FMI nos estaba esperando… y volvimos…

jueves, 8 de octubre de 2009

MAMARRACHO


¿Desde cuando mirás eso vos?... Si no entendés nada…
¡Sh…! Que quiero saber. Dejame escuchar que todo el mundo dice, todos hablan que no va a haber más canales de televisión que van a cerrar radios. Dejame escuchar… tonto.
¡Mirá si nos van a dejar sin canales…! ¿Que te pensás que son tarados…? ¿Sabés la que se arma... si nos quedamos si tele?... Se los venderán a otros los canales. Pero dale negra, los mires o no, no cambiás nada… dejate de joder y dame el control remoto, dale.
No. Dije que lo iba ver y lo voy a ver. Si querés ver otra cosa andá a la tele de la cocina. Yo tengo las piernas hinchadas…estoy, en mis días complicados. Dejame escuchar dale.
Pero, ¿Viste algo más aburrido que todos esos zánganos que encima que les pagamos fortunas entre todos, no laburan y firman las leyes sin leerlas? Porque… ¿Escuchaste no lo del tipo ese que dice que la verdad que no leyó…? ¡Y encima a vos se te da por hacerte la intelectual y querés escucharlos…! ¡Cuando fue lo del campo también!... ¿Te acordás? Hasta las cuatro de la mañana te enganchaste… Y para qué… decime… ¿Se solucionó algo?
Beto, te pido por favor. No todo es fútbol en la vida.
Dale negra. Dejate de joder. Aunque sea pone el que bailan. Aunque sea…
Claro aunque sea mirás culos ¿No?
Bueno, más divertido que esto es…

Beto se levantó refunfuñando y se fue a la cocina. Prendió la televisión y mientras sonaba música tropical y una carcajada insoportable, preparó unos mates.
Negra ¿querés un amargo?
Pero que no esté muy caliente, vos sabés que…
Si claro que sé. Después de catorce años sé como te gusta el mate.
Beto apareció con una bandeja que portaba el mate, la pava, y un paquete de bizcochitos.
¿Qué haces? ¿Apagaste la otra tele? ¿No vas a ver el bailando?
Si apagué. Tengo ganas de estar con vos. Y mamarracho por mamarracho. Preferible mamarracho en buena compañía.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

VIDA DE NACHO


Nacho terminó el secundario y comenzó facultad. Fue alumno en cuadro de honor por perseverante, sin sobresaltos. Sueña con tener su propia banda de música.
Padres de clase media trabajadora con sueños quebrados y proyectos a medias por vaivenes de la economía.
Nacho necesita trabajo. Demasiado joven y sin experiencia. Ve como se le cierran las puertas excepto las de los call.
Muchas horas de trabajo después recibiendo insultos por teléfono cobra primer sueldo mucho más flaco que “mínimo, vital y móvil”.
Estudia de noche, toma birrita viernes y sábado, sueña todos los días. No aporta en la casa por impedimento real. Apenas llega a fin de mes después de colectivo, apuntes de la facu y dos entradas a bailar y una al cine.
Se queja mientras mira a su padre que tiene el ceño agotado y madre gris que estira el presupuesto, que prácticamente está roto. Alquiler y expensas que suben, comida por las nubes. Servicios que no hay que usar para poder seguir pagando. Inseguridad en el barrio. Asalto a dos cuadras del trabajo. Cortes en la avenida. Discusiones que se suscitan por política barata. Televisión bullanguera. Radio que regala viajes. Diarios que no se compran más. Monedas que escasean. Y de nuevo otro asalto esta vez con golpe en la nuca y medio día de observación en hospital. Subtes que paran en mitad de recorrido. Fotocopias que volvieron a aumentar. Profesores malhumorados. Obra social incierta y con turnos para dentro de dos meses.

Nacho quiere una vida diferente.
Intenta microempredimiento con amigo de la escuela. Dinero inicial escaso, fantasías muchas. Comienza a levantarse con el sol. Patea asfalto en busca de mejores precios para competir. Producen amplificadores de sonido. Venden cuatro. Venden tres. Venden tres más y el cheque viene rebotado. Papeles y más papeles. Una cola tras otra, trámites y agotamiento. ¿Cómo se cobra?
Noche sin brillo al acercarse la primavera. Una novia que ya no da para más y el desaliento de la primera caída: los cheques no se cobraron. Otra vez buscar trabajo. Otra vez mirar clasificados contados con los dedos de una mano.
Llama tío que además es padrino.
Vive en Portugal hace seis años. Venite. Probá suerte sos joven es una buena experiencia si no te gusta o extrañás te volves. Te mando pasaje.
La mamá de Nacho llora a escondidas. El papá dice que es una buena oportunidad.

Nacho viajó hace dos años. Quiere ver a sus viejos y a los amigos que quedaron encallados. Manda e mails cada vez más espaciados. Cuenta cosas maravillosas. Trabaja en una empresa, toca saxo los viernes en un pub.
Mamá de Nacho lee correos electrónicos entre borrosas letras de sal, el papá también.
Quedó la familia chiquita.
Nacho dice que no vuelve. Que está bien. Que no lo asaltan, que el sueldo le alcanza. Que conoció una chica española. Que va a juntar plata para que lo vayan a visitar.
Nacho, ya no es de acá.

LA MUJER DEL REO








Se había puesto un poco loco – le dijo al comisario mientras miraba de reojo al grandote muerto en el piso. Ya desangrado.
-¡Me importa una mierda…! No es una explicación que se le pueda dar a nadie – gritó mientras con el pie movía al muerto, en busca de algún signo vital que no apareció- ¡llamen a una ambulancia…! ¡que venga algún familiar! Fíjense que no quedemos mal. Piensen bien lo que van a decir porque esta vez yo no banco a nadie, ¡cuando hay campaña política no se puede disfrazar nada carajo!. Agregó.

La noche pasó con velocidad. Los procesos mentales de Juan Ruiz no se detuvieron ni un instante. Eran preguntas una detrás de la otra.

Al otro día cuando tuvo que mirar a la mujer de Bravo a los ojos estuvo impávido. Hasta le dio el pésame a Sandra.
En la declaración adujo que el reo había comenzado a golpearse solo contra la pared y cuando quisieron sacarlo de la celda se dio de canto con la puerta de hierro.

Después de todo lo sucedido – Juan Ruiz estuvo demorado 72 horas – llegó a su casa, abrazó a su mujer y se puso a babucha a su hija. Cenaron en silencio porque estaba la final de un concurso de canto.
A pocas cuadras, la viuda de Bravo encendía una vela, mientras su pequeño preguntaba por qué su padre se demoraba tanto en llegar. Supo que ya no volvería a ver a su hombre y tampoco a Juan Ruiz, su amante de tantos años.

TIEMPO DE DESCUENTO


Raúl hace mucho que se jubiló. Ahora sus días discurren entre pastillas de distintos colores, el club de jubilados y la plaza.
Conoció a Emma. Es una viuda agradable que le gusta hablar poco y a esta altura de la vida la gente no cambia – piensa Raúl en tanto se encuentra frente a una vidriera con anillos. Quiere elegir uno para regalarle. Es cuando le suena el celular que le compró el nieto, y se entera de que Emma esa tarde no irá a la plaza porque un fuerte resfrió le impedirá salir.
Hace frió en la tarde cerrada y gris de julio.
Raúl regresa a su casa por la calle Libertad que luego se hace Salta y dos cuadras más para encerrarse en su departamento que hoy mira y le queda grande. Recuerda cuando lo compraron hace cuarenta y cinco años. Todo parecía chico con los tres hijos pequeños.
Prende la televisión y habla solo en contra de los programa de chimentos.
Más tarde va a llamar a Emma. De una buena vez y aunque sea por teléfono la va a invitar a vivir juntos. Ella no puede seguir en esa pieza de pensión a la espera de un juicio que cuando salga seguramente, será para que lo cobren los hijos. Además, la extraña.
Raúl ya habló con los suyos para decirles que se queden tranquilos que con Emma están muy bien y quiere vivir con ella porque le resulta una buena compañía. Y a la semana siguiente los hijos cayeron con los papeles del departamento “para estar todos más tranquilos y evitar una sucesión el día de mañana” adujo el mayor, el abogado.
Está bien, si ellos no me pidieron nada cuando quedó viudo, es lógico que quieran estar tranquilos ahora que iba a traer una mujer – se dijo. No se opuso, fueron a la escribanía y firmaron lo que hacía falta. Pero con usufructo en vida, hizo escribir una cláusula; no le importó que lo tomasen como ofensa.
Ahora están todos tranquilos y él podrá hacer su vida, o lo que resta de ella con Emma.
Mañana o pasado cuando ya esté mejor le dirá que traiga sus cosas, total no pueden ser muchas; eso sí, que trate de que ese espacio sea solamente para los dos, sin muchas visitas ni invasiones familiares. Pero eso lo tiene que hablar personalmente – piensa mientras cuelga el auricular.
Siente mariposas en el pecho como si tuviese 17 años, y sonríe. No, no va a aguantar tantos días. Mejor la llama. Y le pregunta si puede pasar a verla, total él tiene la vacuna y por un resfrío no muere nadie, cavila.
Raúl ha decidido resolver todo cuanto antes.
Es bueno tener un proyecto, se dice en tanto se pone el abrigo y ve por el ventanal que ha comenzado a lloviznar. Es bueno tener con quien mirar televisión y tomar unos mates en una tarde como esta, le va a decir cuando la vea – piensa y busca la bufanda. Es bueno tener una ilusión pasados los setenta y tantos, siente mientras se coloca la gorra. Es bueno volver a enamorarse en cualquier momento de la vida, se dice y sale.

miércoles, 5 de agosto de 2009

LA PORCINA



De todas las pestes cotidianas, esta se puso pesada- pensaba en tanto caminaba por la de la catedral cerrada- porque ahora son como los chinos cierran al mediodía. Cruzó la plaza dejando atrás los juegos que el municipio cambió justo, justo, el verano pasado. Más de dos meses sin plaza. Iba refunfuñando con un sabor amargo, con mal talante, con broncas acumuladas.
Cómo voy a ser cuando pase los setenta, un tarado de esos viven quejándoos de todo – sospechó. Sólo faltaba la peste esta, ya tuvimos el dengue que dicen que va a volver, la crisis mundial, la campañas para las elecciones y ahora ¡la porcina...! después dicen que Dios es argentino, si claro, si es argentino es un antipatria, caviló mientras entraba a la obra. No había querido acercarse hasta retirar el resultado del isopado. ¡s una fiebre por la garganta, no ves que tengo cualquier porquería, me duele pero es una angina...!
-Y desde cuando sos doctor vos? Estás igual que los de la tele, cualquiera se recibió de médico ahora... cualquiera da consejos contra la mierda esta... hacéme el favor andá hasta el hospital y que te vean, pensá en los chicos, mirá si se nos enferma alguno – fue la reacción de su mujer el día que se levantó con temperatura.
Y había perdido 10 días de trabajo. Si, ¡minga que me los van a pagar...!
- Si no te los pagan hacemos una denuncia, si tenés todos los certificados.
- Si, los certificados de una angina
-¡Pero había que esperar los resultados!

Entró en medio de la cara de susto de sus compañeros.
Estaban terminando de comer unos sandwich de mortadela. Atrás habían quedado los días de asado. Ahora la parrilla se armaba el día que cobraban y por alguna extra, nada más.
Antes de acercarse sacó los certificados.
El capataz se adelantó. Tomó los papeles. Balanceó su cabeza a un lado y otro.¿No fue la porcina? ¿Y qué pasó? ¿Te perdiste? Ah... ¿Recién hoy los resultados? Que bárbaro, bueno, ¿Estás bien? Entonces dale nomás. Acá por suerte siempre hay algo para hacer. Sí, si, quedate tranquilo que yo te lo peleo. Más bien. Les voy a decir que yo te mandé avisar que hasta no tener los papeles del doctor no te queríamos por acá. No te preocupes que estos no son boludos, te los van a pagar. Quedate tranquilo. Si, dale. Anda para el último piso, que empezaron a poner los azulejos.

Ramón Oviedo subió hasta el noveno con su bolsito para cambiarse. Cuando dio vuelta la mirada observó a sus compañeros en plena tarea. Sintió chuchos de frío. El cuerpo le pesaba y una sudoración repentina lo invadió. Debe ser idea – se dijo- sin tener en cuenta que las salas del hospital por donde había caminado durante tres días en busca del certificado, era un gran foco infeccioso.

HIPOTECARIO

Hay que ganar mucho: la mayoría no tenemos tanta plata ahorrada- dice Cecilio- con voz de ilusión rota.
Marcela lo mira y calla, tiene en los ojos las ganas de terminar de cocer el pastel de papas, que los chicos coman y se vayan a dormir de una buena vez. Están insoportables, piensa mientras baja el horno, apura para que terminen la tarea, recoge ropa de la soga y escucha a su marido en tercer plano. Ella le dijo que no eran más que anuncios electorales, que esos créditos estaban lejos de gente común, como ellos: titulo secundario apenas, operario y administrativa en la misma fábrica. La que hizo que se conocieran hace once años.
Cecilio masculla que lo que tiene ahorrado no alcanza ni para señar medio baño. ¿De donde van a sacar el 30% que exigen? De ningún lado, esta claro, no hay posibilidad.
Ahora Marcela enchufa la plancha y apaga el horno. Las bombitas de bajo consumo son un tristeza, pero se ahorra; se dice mientras el silencio le hace sentir que él espera una respuesta entonces, sale del paso con un “y, claro” mientras repasa los guardapolvos de mitad de semana. Hace señas para que despejen la mesa. Ya está la cena y el hipotecario puede quedarse donde está porque nuevamente no serán parte, piensa sin querer continuar el tema porque le da bronca y comer con broncas no es bueno.
Cecilio dice que sería bueno que si pudiesen juntar un poco más... Marcela lo mira ¿un poco más? Con qué si apenas llegan a fin de mes, ya recortó todo lo posible pero no piensa vender su dignidad a la hora de la comida. Hay cosas que no se negocian - piensa: la comida, los libros para la escuela, algo de ropa de vez en cuando y un helado a la semana. No pide mucho, sólo espera que no quieran recortarle nada más.
Los chicos farfullan palabras, peleas, ruido doméstico. La plancha, la ropa, el frío primero, Cecilio que desangra esperanzas, la radio de fondo, la televisión que no cesa. Los guardapolvos en perchas van al picaporte de la puerta que da al patio. Apresura el pastel de papas, un poco de jugo de sobrecito, apaga la radio de tangos tristes, sube la tv, empieza gran cuñado. La familia integra la mesa, hay pan fresco.
Pone el canal de deportes para que Cecilio se despeje. Los chicos quieren a Tinelli. Ponen el canal de la dispersión. Faltan las servilletas. Marcela mira la familia, están juntos, alrededor de la mesa. Mira a su compañero de la vida. Sonríe. Mañana será otro día.

lunes, 8 de junio de 2009


SOMBRAS DE VELAS




Uno podrá ir acostumbrándose a vivir sin la gran pasión de su vida... pero sin ser dichosa. Me negaría a dejar de sufrir por esto, porque estaría renegando de mi vida. Cuando las primeras noches cenaba sola o me agazapaba esperando que el timbre o el teléfono dieran señales de vida, puedo afirmar que mi andar dejaba detrás de sí, una estela de savia vital desparramada por mi estancia. Ahora me siento más apacible, creo que ésa es la palabra. El silencio no me asusta y la noche, al fin, se hizo amiga. De él no tengo siquiera media noticia, me alcanza con imaginarlo feliz. Será que desde un principio, le prohibí a Elsa que hiciese el mínimo comentario o refe­rencia de su padre, que ya quedó como un acuerdo tácito. Si bien sigo fre­cuen­tando algunos lugares que fueron nuestros, y algunos amigos comunes; hoy puedo acostarme y mirar una película vieja, que seguramente vi con él, sin sentir que me desangro. Me sobra tiempo. Me he organizado de manera tal que puedo hacer cuanto quiero. A veces, no sé bien qué quiero hacer, pero es bueno saber que dis­pongo por completo de mi vida.

Elsa llamó durante todo el día. Le extrañó que en una tarde tan lluviosa y fría su madre hubiese salido. Desde el principio del fin de la relación con su padre, Adela, su madre, era una ermitaña.
Los trabajos en el estudio estaban prácticamente terminados, dos planos quedaron en el piso al costado de un día que por momentos se le antojó raro.
Como siempre que llueve, le fue difícil conseguir un taxi. Las calles anega­das por el agua de todo el día, encarecieron el viaje.
El suave olor a comida que invadía el recibidor del edificio le abrió el ape­tito, y el corte de luz, hizo que agradeciera que su madre viviese en el tercer piso de un edificio de quince. La oscuridad le dificultó encontrar las llaves en su bolso repleto de inutilidades.
El departamento en tinieblas la recibió con un desagradable vaho a hume­dad, se acordó que su mamá guardaba las velas en el cuarto cajón de la mesada. El desorden que pudo distinguir con la indigente luz, respondía a la metamorfosis su­frida por Adela en los últimos años.
De pronto recordó que el día anterior, en la última charla telefónica que habían tenido, su madre le había dicho que cumplía los años Chola, la madrina de Ri­cardo y tenía ganas de ir a saludarla.
En el ir y venir de un lado hacia el otro del departamento, se presentó ante ella la remembranza de aquella noche que junto a su hermano Ricardo y sus pri­mos, habían estado contando historias de horror inspirados en un largo corte de luz; tan asustados terminaron que ninguno durmió.
Le llovieron apariciones mágicas de un tiempo del que sospechaba, había sido feliz. En el sillón, tirada transversalmente con los pies descansando en el apoya-brazos, vio a Julián, su primer novio leyéndole aburridísimos poemas. Desde la ochava la asaltó Mirta con su hermano David copiando tarea atrasada, y Cosme trayéndole una orquídea el día que cumplió los quince.
La vela se apagó a causa de una rebelde brisa escapada desde la puerta abierta del baño, al revivirla, dejó que las sombras cayeran desde la profundidad de un silencio derruido...
-Victoria viene esta noche a cenar con nosotros, a conocer a toda mi fami­lia... ¡Pasó tanto tiempo!... Quiero que conozcan a mi amiga de la infancia... quiero que vos Elsa te pongas el vestido más lindo que tengas, y vos Ricky, no ha­gas planes para salir corriendo después de comer el primer plato. Ella se crió con­migo, siem­pre íbamos a todas partes juntas. Cuando se casó y fue a radicarse a Eu­ropa, ni una sola Navidad dejó de llamarme ¿Se acuerdan?... tía Vicky la llama­ban... ¡No les voy a pedir que la llamen así!... pero tengan en claro que para mí, es una noche impor­tante. - La queríamos a través de mamá, era como de la familia.
La vela terminó de consumirse y la oscuridad plena colonizó la habitación. Palpitó que era muy tarde por la somnolencia que le imponía su cuerpo.
El único que había quedado afuera de la perorata había sido su padre; con los años, sospechaba que seguramente habría existido un discurso para él, pero privado. Ambos hablaban poco, y Elsa, nunca los había escuchado discutir o con­versar temas importantes frente a ella y su hermano.
Esa noche comimos como si fuese la última vez. Tía Vicky dio la sensación de que al enviudar se había dado algunos permisos, estaba más gorda que en las fotos que tenía mamá. Don Enzo, como le decía tía Vicky a papá, les prestó su abu­rrida cara hasta el final.
Era rica, dedujimos con Ricardo, hablando después en mi habitación: por la ropa, los comentarios de los viajes por toda Europa; y la herencia que seguramente le dejara el “tío Felipe” al morirse.
Mamá era otra. Con Vicky se veía casi todos los días y hasta parecía más jo­ven. Ella pasaba a buscarla con su chofer y tomaban el té en Recoleta.
Mamá es­taba viviendo una realidad que no era de ella, no obstante, yo le decía a Ricardo que me parecía bien, que tenía que aprovechar a conocer todos esos lugares a los que nunca había tenido acceso.
Tía Vicky vino una tarde con la idea de irnos todos juntos de vacaciones. Papá se opuso desde el primer momento, utilizando su gastada teoría de que ése tipo de acontecimientos anuales era sólo para el núcleo familiar; así venía esquivando el llevar a la abuela hacía siete años.
Pero esta vez no hubo caso.
Mamá se encaprichó y papá decidió que era tonto seguir oponiéndose.
Ese año la pasamos en el semipiso que tía Vicky había comprado en el cen­tro de Mar del Plata.
Fueron unas vacaciones de locura.
¡Cuánta plata se gastó! A cuenta de las vacaciones del año siguiente, bro­meábamos con Ricardo.
Con mi hermano fuimos a bailar todas las noches, gracias a la plata que la tía Vicky nos daba a escondidas. ¡Era todo tan irreal! Mamá se acostaba temprano por el cansancio del sol, y papá se iba todas las noches al casino con la tía Vicky.
Una profunda sensación de hambre la invadió.
El corte de luz no era reciente, dedujo por la temperatura de las bebidas. El charco que salía por debajo de la heladera le recordó a Finito, su sia­més, que en sus últimos años de vida orinaba en cualquier parte de la casa.
Comió una milanesa rescatada del fondo del refrigerador a la luz de media vela; cuando se le cayó el pequeño pancito que había tomado de la bolsa y gateó para encontrarlo se sintió ridícula ¡Tan ridícula como cuando su madre la llamó una tarde para que merendasen juntas y en medio de una falsa tranquilidad sir­viendo un té de yuyos, le dijo que ella y su padre se separaban!
Elsa había presentido una gran dosis de hipocresía en la casa de sus padres, pero no sospechó que llegaría a semejante extremo.
Cuando se ofreció para organizar una reunión familiar o hablar con su pa­dre, se llevó una gran sorpresa.
Jamás hubiera imaginado al callado Enzo, el comprensivo y cabizbajo Enzo, diciéndole que se iba. Que abandonaba la casa para irse a vivir con la ma­ravillosa tía Vicky.
¡Que aberrante todo!... ¡Incomprensible!... ¡Adela haciéndose la entera, explicando, en tanto llenaba su taza de té, que lo de ellos hacía rato había dejado de funcionar... buscando justificar a su amiga de la infancia.
Era tarde; estaba segura.
Los recuerdos esa noche se impusieron a manera de una infame manifestación.
Adela tendría que haber llegado. Seguramente, habría arreglado con Ricardo para ir los tres con Virginia, la esposa de su hermano y la traerían al terminar la cena.
Revolviendo el fondo del cajón de la mesada, recordó que su mamá acos­tumbraba a guardar de todo en la mesita de luz.
Allí quizás podría encontrar algún otro resto de vela.
Se dirigió al dormitorio tanteando las paredes de ese pasillo que siempre se le había antojado demasiado largo sin razón.
Al entrar en la habitación se llevo por delante algo que la hizo caer.
Las luces se encendieron simultáneamente.
Todas las luces se convocaron para que Elsa descubriera a su madre tirada en el piso, y al costado de su mano derecha, caído un papel. En medio de un torbellino de confusiones mientras acariciaba suavemente a su mamá, se apresuró a tomar aquello que parecía una carta. Con un escalofrío calci­nante leyó: “Uno podrá ir acostumbrándose a vivir sin la gran pasión de su vida... pero sin ser dichosa...”

ENTELEQUIA



Osvaldo Nereido tomó el tren a la misma y exacta hora de siempre.
Durante su caminata a la estación, comprobó cómo se iban cayendo con lentitud las hojas - que pocas semanas atrás - habían abrigado su cuerpo de los fuertes rayos de sol.
La gente regresaba de las vacaciones y de a poco el viaje se volvía una hazaña urbana. El guarda no lo saludó como todas las ma­ña­nas en su paso hacia el micro cen­tro. La estación Chilavert estaba limpia como nunca y los vendedores conocidos lo ignoraron con sabia vir­tud.
Encontró asiento y se acomodó dispuesto a reposar su mente en los treinta y cinco minutos siguientes. La niña sentada a su lado desparramó papeles en el piso. En vano y con fastidio la miró insistente. La ma­dre de la chiquilla también permaneció indiferente.
Recordó los tres memos que habían quedado pendientes sobre su escrito­rio, acomodó mentalmente cada uno de los llamados que debía realizar a prime­ra hora, y se divirtió recordando la imagen de Marisa, su nueva secretaria que aún lo miraba con cierto temor. Sintió su saco tironeado por la chiquilla inquieta.
Pronto comenzarían las clases - y con ellas - la imposibilidad de sentarse - reflexionó en tanto el tren arrancaba de nuevo después de la primera parada.
"A lo mejor si le comento lo de la nueva estructura laboral, logre que se quede más tranquilo" pensó al recordar la charla mantenida con Jorge Abasto, uno de los contadores que colaboraba con él en el departamento legal del Ministerio de Hacienda. Pero su jefe se lo había contado pidiéndole absoluta reserva. No podría adelantarle nada. No debía - se dijo en tanto la niña al levantarse había dejado tirado a su lado una lata de gaseosa. Habían llegado a Migueletes.
El silbato del guarda lo aturdió. Vio el cielo que en po­cos minutos se había encapotado - miró su panta­lón de color claro - y se compa­deció.
Las primeras gotas hirieron el vidrio. En pocos segundos cada uno había regresado a su mundo y ahora un jo­ven con aspecto extraño, ocupaba el asiento lindero. “Después de todo era preferible la niñita caprichosa con olor a limpio” - pensó en tanto se encontró husmeando en su maletín sin saber qué buscaba.
La lluvia ahora era torrencial y en la próxima estación ya había pasajeros con paraguas. Los miró con recelo. El cuarto vendedor en veinte minutos lo sorprendió con la oferta exacta, compró un paraguas importado por cinco pesos. El recambio de gente se sucedió hasta que llegó a la terminal.
Siempre le habían fastidiado los pasajeros - que teniendo la suerte de viajar sentados - eran incapaces de esperar que los otros fuesen descendiendo, para ellos pa­rarse. Los amontonamientos de esa naturaleza le eran familiares y ver cómo al­gunos hurgaban bolsillos ajenos también era costumbre.
La gente comenzó a dispersarse de manera violenta como cada mañana. Le llamó la atención descubrir que ése día muchos se quedaban sentados.
Fastidiado, dejó pasar a la señora con muletas y a dos viejos que en el te­rror de no poder bajar lo venían empujando sin miramientos.
El tren comenzó a moverse. ¡No podía !¡ Ya no había vías ! - pensó. Trató de acelerar su paso y ante la imposi­bilidad de bajarse, interpuso su maletín en la puerta en el momento que ésta se cerró con rapidez.
Los que permane­cían sentados ni siquiera lo miraron. El ferrocarril inició el nuevo viaje a veloci­dad desmesurada.
Cuando se asomó por la ventanilla se vio impactado por un cielo profundamente azul. Llegó a una primera estación sin nombre y las puertas no se abrieron.
Consultó su reloj. La hora se había detenido en el momento que había subido al transporte.
Otra y otra estación - anónimas - lo sorprendieron sobre vías inexistentes. Las grandes moles de cemento iban desapa­reciendo de su vista.
Se sentó - ahora sin tanto temor ni excitación.
Intentó rememorar cada uno de sus pasos desde su desayuno. Repasó el itinerario: Chilavert, Ballester, Malabert, San Andrés, San Martín...
Sus ideas no eran claras. Recordó la nueva estructura que le había con­fiado su jefe y descubrió que su nombre no estaba allí.
El joven con as­pecto extraño permanecía tranquilo y nadie se hablaba.
Sólo él sintió que ése no era su lugar. Pensó que siempre había experimentado lo mismo: en su casa junto a una mujer que lo había engañado siempre y pensaba que él no se daba cuenta, en la oficina con aquel jefe burlón que lo endulzaba cada vez que necesitaba que se quedase después de hora ¡Hasta en el club! ¡Cuando era el único que se asaba al lado de la parrilla mientras los otros se re­frescaban en la pileta!
Se levantó y miró por la puerta.
Ahora la velocidad era más lenta. Su maletín aún estaba a un costado de la puerta. Volvió su temor en el momento que el tren se detuvo.
Las puertas se abrieron y quedaron así un largo rato. Proyectó de nuevo la película de su vida y una mueca semejante a una sonrisa apresurada, se deslizó por la comisura de sus labios.
Comenza­ron a subir nuevos pasajeros. La señal sonora dio el aviso.
Debía decidir.
Pensó en que alguien debería resol­ver los memos dejados sobre su escritorio, que su mujer ya no lo engañaría, que definitivamente ésta era una oportunidad diferente.
Sin sobresaltos, revoleó su maletín hacia el exterior y se sentó a disfrutar del viaje.



HISTORIA DE JUANA


Amato no llega, y Juana sigue esperando ese milagro insolente. Y es tarde. Tan tarde que el sol partió en millones las presencias. De nada vale enriquecerse si igual te vas a ir - piensa Juana muy bajito-. Amato estará vaya uno a saber dónde, pero lejos, tan lejos que Juana jamás volverá a olerlo.

El polvo arrasa los brillos y la persiana a medio levantar se incrusta en su pe­cho, dando formas extrañas a las formas que la bañan.
Juana espía el camino que hizo Amato. Ella espera.
Una esperanza que se torna eterna y se ve en el reflejo perdido de sus ojos. Amato no va a volver.
Ella lo sabe.
Sé que no quiere repetírselo - aunque sea en voz muy baja.
Pobre Juana.
Amato debe estar revolcándose, muy lejos.
La calle desprende viejas prisas, y con la caída del sol los pastos secos rehu­yen y se aglutinan detrás del portón.
Es el viento el que molesta - dice Juana -
Yo sigo fregando la olla aunque jamás va a volver a brillar.
Todo el brillo se perdió, el de tus ojos, los muebles, la pava.
Entonces Juana quiere salir. ¿Se habrá olvidado de la promesa?
Se lo grito.
Se da vuelta, parece que no le importa e intenta revelarse contra el viento, como si de ése modo pudiese reencontrarse con Amato. Con sólo dos forcejeos se da cuenta que no va poder salir.
Cuando se aleja del picaporte, el viento se calma y la brisa apurada hace bailar las parvas del desierto.
Hago un esfuerzo por no decirle nada. Ella sabe perfectamente mi manera de pensar, no soporto que me mire desafiante.

Cuando recién llegué, también me costaba la idea de saberme entre cuatro paredes. Me llevó mi buen tiempo. Pero todo es cuestión de costumbre. Todo el brillo perdido, las tinieblas en silencio, el sacar a cada instante la tierra de arriba del mueble, el viento.
Juana hace poco que está y piensa que en cualquier momento va a poder irse, pero aquí tenemos para rato, si es que no es para siempre.
Nada queda de todos los platos que se fueron cayendo, partiéndose en dispa­res pedazos.
Nada ha quedado de la luz que iluminaba el camino de la llegada, ni el sol queda, sólo a veces se asoma tímido, como si espiara aquellos ratos que cada vez son menos.
Y Amato ya no está triste, ya la debe haber olvidado, debe haber secado su recuerdo como esas flores que se guardan en un libro - y una vez cada tanto se asoman resquebrajadas cada vez con menos vida - y se guardan de nuevo.
Juana va y viene de un lado al otro. Todo el día, toda la noche. Espía por la ventana y vuelve a sacar la tierra amontonada.
(El autor de este relato no especifica ni describe con claridad relaciones fundamentales entre los personajes ¿O si? No entiendo el criterio usado para incluir un narrador testigo, quizás para in­centi­var la imaginación, o solamente porque a lo mejor le parece un detalle se­cundario. Sigamos con la lectura para saber qué es esto).
Juana se vuelve y me mira y por primera vez veo que se le caen lágrimas, me acerco solamente un poco. Ella también sabe que no podemos tocarnos. Se lo dije desde que llegó. Si ocurriese, en ése momento todo terminaría. Por la amenaza de desintegrarnos es que he tratado de no realizar manifes­taciones emotivas demasiado notables.
Recuerdo el primer día que llegué, la soledad carcomía lo que quedaba de mis entrañas y la lectura de esa especie de reglamento malvado terminó con las fantasías de poder acceder a otra oportunidad.
Fueron muchas las jornadas en que me encontré girando sobre mi eje como si me hubiese convertido en una herramienta humana tratando de servir para algo. Pero era demasiado tarde. Pasó mucho tiempo antes de la llegada de Juana y Amato. Cuando entraron me vieron y enseguida bajaron la mirada.
Ese día ella estaba refulgente, sin darse cuenta de lo que verdaderamente le estaba sucediendo. Y Amato, que sólo le hacía compañía por una horas, trató en todo momento de ignorar mi presencia sin lograrlo. Ella lo tocaba todo el tiempo, diría que lo manoseaba continuamente.
Él me observó con disimulo en todo momento.
Me había sentado en la ochava opuesta a la entrada y también los miraba y me gustaron. Pero ella... es una desesperada.
Ellos enseguida supieron que su lugar era el del ventanal pegado a los mue­bles. Amato se despidió a los dos días diciéndole que en cuanto estuviese prepa­rada pasaría por ella.
Parece que ese día no va a llegar.
(El autor enjuicia moralmente el comportamiento de los personajes. Aunque quiera ser sutil se nota. Una pena)
Cuesta hacerse a la idea, hay que ir sabiendo de a poco, o convenciéndose de cómo son las cosas aquí.
Necesito que Juana deje de esperar porque me desespera que un día pueda irse. Casi no nos hablamos, igual es una buena compañía.
Amato, lejos de conjeturar lo que me pasa no va a volver ni siquiera porque sospeche algo de mí.
No quiero suponer que ella se irá un día además, - según el reglamento, que seguro no leyó - si en el término de nueve meses uno no recibe la señal, no podrá irse jamás.
Pero no pienso decírselo, además aquí se pierde la noción del tiempo, y me parece que la destruiría.
A lo mejor debería poner los papeles arriba del mueble más bajo y dejar que ella los descubra y se entere de todo lo que debe saber.
No me resulta fácil la idea de pasarme el resto de la eternidad viéndola es­piar el desierto, esperando el milagro.
Dentro de toda la llanura existente, el polvo y el silencio, las alas se abarro­tan de sueños incompletos y no me cansa esperar un cambio de rutina, no quiero perder las esperanzas pero... no creo en los milagros.
Juana vio los papeles que le dejé.
No les dio importancia.
Desde mi rincón la observé un par de veces - cuando por el reflejo de su sombra - me parecía que iba para el lugar donde esta el secreto de cómo poder esperar los cambios con la mayor cordura posible. Asomó su mirada y se fue del sitio sin tocar siquiera una hoja. En algún mo­mento los va a leer, seguramente, cuando vuelva a aburrirse de sacar tierra.

De pronto Juana lee y su silencio se transforma en griterío e insultos.
Ella me mira con enojo y siento que no me reconoce. Se ha vuelto tan distante, que no puede nada. Ni siquiera se da cuenta que me apropié de este lugar por ella.
Ella agrieta su andar y se revuelca con rabia en el piso polvoriento. No es fácil tratar de calmarla y mucho menos querer ignorar su locura. Sigo con mis utensilios aprendiendo a sacarle brillo a los enseres.
Hay cosas que directamente no se piensan. No puedo creer que me esté mirando y no se de cuenta - y no me perciba. Esto es demasiado nuevo para mí.
Me duele que no reconozca mi olor, me entristece que haya olvidado nuestros detalles con tanta facilidad. Y yo aún la amo. Amo sus caricias que ya no son y su mirada cómplice que no me dedica. Pero no puedo decírselo. Ella no me creería. Ella si­gue siendo lo más importante aunque disimulo - sino me van a correr de aquí. Estamos demasiado solos como para que no lo perciba. Viéndola ahora, me pongo a pensar si en realidad valió la pena volver. Creo que no debí hacerlo, pero no hubiera podido seguir mi no vida sin ella.
El remolino es el nuevo intento de Él por deshacerse de alguno de nosotros.
Ella se enfurece y llora de nuevo, y sus lágrimas son tan profundas que logra que en el cielo aparezca la constelación - que sólo en estos casos se presenta. Qui­siera tocarla. Pero sería el fin.
Cuando me distraigo en mis fantasías - sin que pueda detenerla - con una fuerza inusitada logra romper la barrera y sale dejando la puerta entreabierta, el viento golpea y me estampa contra la pared. Corro y pego la cara contra el ven­tanal y la veo: es un río de sangre que inunda los costados de las hutas.
Ella no va a volver nunca.
Y ahora son mis lágrimas las que hacen aparecer las estrellas











miércoles, 13 de mayo de 2009

ARENA


Las piedras son filosas.
Ahí está nuevamente él, su figura se dibuja entre los últimos rayos de sol - que dispersos - hacen que la temperatura se vuelva temerosa. Me arrincono detrás de una de las columnas que tiene el muelle, ¡Y me descubro tan ridí­cula!... ¡Como él! Sólo que su edad lo justifica.
Me causa temor pensar que me puede atrapar mirándolo. No sé qué me pasa con ese nene de arito en el ombligo.
Los días transcurren con calma.
El cielo por las tardes regala un abanico de tonalidades que no todos disfrutan, y el chico aparece puntual por el lado sur de la bahía. Camina con desparpajo masturbándose con la vista salada de mujeres que nunca serán de él, vuelve a mirar su brazo y sonríe con melancolía. La tarde ha ido encapotándose entre grumos de mar seco, hoy el cielo au­gura un atardecer diferente. Ahí está, el encuentro ha sido distinto, porque por primera vez, nuestras mi­radas se cruzaron a la distancia.
Él acaba de descubrirme.
De pronto, al sentir que alguien lo observa, se produce una metamorfosis sim­pática y poco disimulada, el chico se transforma en super hombre - y se con­trac­tura sacando músculos por toda esa piel bronceada untada en aceite - me causa mucha gracia. Lo hallo brillante y duro, grandote y fresco, su piel es... seguramente ar­diente.
Me mira, yo le sonrío. Su apariencia me causa algo extraño: cosquilleo, ter­nura. Genera en mí sensaciones que hacía mucho no experimentaba - con disimulo - se espía el brazo que exhibe preocupado.
Le hablo con la mirada de manera tímida casi tonta, él me sonríe. Debo estar loca. Comienza a girar los pasos con lentitud y desvía su camino para lograr to­parse conmigo, se acerca con el aspecto de un modelo de propaganda de aperi­tivo. Rápidamente, da vuelta su cuello en el instante que una silueta se entromete en­tre noso­tros - con la misma celeridad - vuelve a dedicarme su existencia.
Ahora cerca, muy cerca me doy cuenta que es realmente un chico, y yo..., está a mi lado y lo primero que hago es to­car su piel de piedra bronce que está caliente.
Los pescadores - en su mayoría - están concentrados en sus anzuelos y redes, en el momento que el nene me acomoda el pelo desbaratado por el viento; algunos mirones se codean. Cuando me doy cuenta trato de no perder la compostura, aunque ya haya perdido todo. Él se queda callado mirándose el brazo, las nubes amenazan con hacer más rápida la noche. Hoy no hay estrellas, las últimas familias huyen ante las primeras gotas de cielo liviano. Los pescadores se abrigan, él sigue prácticamente desnudo, me toma del brazo y sin decir nada me lleva debajo del muelle con resolución.
La lluvia, tan benditamente repentina, organiza un éxodo instantáneo, lo miro y hallo músculos por todos sus rincones que con un vigor tierno y sin palabras lo pueden todo. Seguramente, cualquier mujer que le hubiese hecho un guiño hubiese obtenido el mismo resultado - pienso en un instante. El diluvio apresura, nos revolcamos a lo largo de una franja del muelle, se escuchan pasos. Desde el refugio, puedo divisar movimientos extraños entre los médanos - se me ocu­rre que debe ser el día en que todos los jovencitos salieron a mostrarse - y sonrío pálidamente.
En medio de la confusión y el silbido del viento vuelvo a tocarlo, disfruto de su piel dura y joven entre mis piernas, y me estremece - cuando sus brazos sobre mí -rodean mi cintura. Es absolutamente salvaje, vuelo a la altura de su sueño y me siento viva.
Después de un rato - tranquilos - observa mis ojos y me pregunta cómo me llamo, los suyos son de un indefinido color oscuro. Con lentitud repasa mi cara con una caricia, y se vuelve sobre su brazo. No aguanto mi curiosidad: me cuenta mien­tras le paso mi lengua sobre el arito que reposa en su ombligo. Lo espío en el mo­mento que interrumpe su re­lato, me mira y todo vuelve a comenzar. En un instante me doy cuenta, que es mucho más saludable que cualquier ansiolítico. Me recuesto sobre su pecho, y de nuevo comienza a hablar.

Al día siguiente caminamos hasta la terminal de ómnibus. Desde allí son unas veinticinco cuadras, le dijo un lugareño. No hay colectivo que nos lleve, él me mira con los ojos cargados de estrellas y no puedo negarme a acompañarlo. La ter­cera cuadra ya es de tierra. El sol amenaza calcinarnos, a esta hora jamás estoy expuesta a él, pero la cir­cunstancia lo vale. Me dice que soy muy importante en su vida - me causa gracia y espanto - su belleza es implacable, su nariz es respingada y sus profundos dien­tes blancos rechazan la idea de un poco de nicotina.
Yo la necesito.
Entra en una tienda a mirar aros y cintitas, yo le regalo un aro, él me com­pra sahumerios y me pide que los guarde para la próxima vez que estemos juntos - pero antes - tenemos que llegar a la casa del viejo del que tanto le hablaron. Se pone unos an­teojos de sol y de un bolsillo saca un pañuelo que anuda y viste su cabeza con flecos colores tierra. Gira sobre mi cintura y me toca, me dice que me adora, yo acepto y por un rato juego a adorarnos. Él no espera, no puede detener su sangre de veinte años y me lleva casi corriendo por la calle del costado hasta llegar a un terreno baldío inun­dado de arena, y nos refregamos el uno contra el otro hasta cansar nuestros cuer­pos ásperos.
Nada me importa.
Después del cigarrillo por el cual me protesta, retomamos el sendero que nos conducirá a la casa del viejo. Durante gran parte del trayecto no hay más que ár­boles que nos grati­fican con su sombra. No podemos evitar acariciarnos. Yo aprovecho todas sus caricias para no mal gastar mi tiempo, creo que él lo intuye y me empalaga. Las cuadras son cada vez más largas, después de un rato divisamos la casa a la que vamos. Todo llega - le digo mientras repaso su espalda con la yema de mis dedos, y me detengo ante su mirada brillosa por temor a que busque otro baldío.
El bolso comienza a pesarme y ante la menor maniobra, él me lo quita y se lo pone como mochila. Miro el cielo y puedo intuir el rugido del mar a lo lejos. Me des­cubro vulnerable.
El viejo pide que lo esperemos y le da un libro de dibujos, él se apresura para mostrarme el elegido. De pronto lo cierra y lo vuelve a abrir y comienza a buscar todo de nuevo. Detrás de la cortina de juncos, se escucha tararear al hombre en tanto él tiene un ataque de furia y se enoja con el universo. Aparece en escena el viejo portando una valija con objetos que yo jamás había visto, mientras el nene lo increpa desmesuradamente. Sin entender cuál es el reclamo, el hombre me mira es­perando que yo pueda explicarle algo (me siento ridícula). Es patético verlo, se ol­vidó de todo, hasta de mi presencia, y si no se olvidó no le importa. El anciano ni si­quiera recuerda el dibujo que el chico le reclama furioso di­ciéndole que se lo hizo a un amigo.
Fue difícil convencerlo de regresar. Le pedía al hombre que le mostrase más dibujos que no tenía. Por fin salimos. No habló por un rato largo. La desilusión le borró las estrellas de los ojos.
El cielo ha comenzado a calmar sus rayos. Sentados debajo de un árbol, saco un cigarrillo y fumo en silencio. No quiero molestarlo, trato de comprenderlo y hago memoria para tratar de descubrir si a esa edad, yo era tan arrebatada como él.
Creo que si.
Él comienza a recorrer mis pechos, y mi piel se eriza. Su enojo puede llegar a ser fructífero - pienso mientras apago el cigarrillo -.
En la alameda - que descubrimos en el centro de un vivero - trato de hacerlo olvidar de su decepción. Su cuerpo transpira sobre el mío y de pronto todo se reinicia una y otra vez hasta que la noche nos recuerda que tenemos hambre y sed.
Una nueva estrella aparece en el cielo, de nuevo el mar se presenta a lo lejos, es la primera vez que renuncio a un día de playa - al úl­timo.
Él me mira y quiere explicarme. Habla sin parar, compungido por su brazo desnudo. Tenía que ser ése dibujo y no otro. No le contesto, en realidad no sé qué decirle, ése tema ya me cansó.
A la madrugada debo comenzar a preparar la valija, tampoco sé cómo anun­ciárselo. Hace planes continuamente para toda la semana, de pronto siento que me gustaría verlo otra vez. Es lo primero que me dice cuando le aviso que me voy, que se terminaron mis vacaciones. Quiere saber en qué lugar me puede encontrar.
No entra en razones. No quiero lastimarlo. Piensa que hay algo que no le quiero decir y tiene razón. A lo mejor sería correcto explicarle todo.

El camino se hace demasiado largo, lo llevo poco a poco hacia el lugar donde nos conocimos, le pido que me dé su teléfono y le prometo que lo voy a llamar. Mis ojos se nublan, me reprocho en silencio. De nuevo prometo llamarlo, y le pido que se quede en el muelle. En medio de toda la desesperación de la despedida comienza a jugar con mis pe­zones, sus ojos poblados de estrellas nuevamente enjugan unas lágrimas que por suerte no salen... y comienzan de nuevo nuestros cuerpos, pero esta vez la des­pedida lo hace todo di­ferente.
Me abraza fuerte y me dice que me quiere - hago silencio. El tiempo me corre, mi amiga debe estar lista para salir. Acomodo mi ropa antes de escapar del muelle. Apresuro mi partida.

En la ruta, mis pensamientos se arremolinan. Mi amiga será la única en sa­berlo. Mientras manejo me repito que no lo voy a llamar, que tengo ganas de re­en­contrarme con mi marido y mis hijos - en tanto mi amiga - pone música de los sesenta.





Foto: estabolsanoesunjuguete.blogia.com

viernes, 24 de abril de 2009

AMIGOS


AMIGOS

El sol se había ido hacía un par de horas, la música ganaba la estancia y el vino iba haciendo lo suyo. El retraso de Horacio logró ponernos nerviosos.
Ahora estamos solos - fue la primera reflexión de Maica, después de beber su tercera copa. Un suave tambaleo terminó de acomodarla sobre uno de los hombros de Yuyo. Práctica­mente pegoteados, José acariciaba pesadamente el pelo de Nita cuando sonó el timbre.
Nos sobresaltamos. Como si el sonido nos fuese ajeno.
Las porciones sobrantes de pizza, quedaron desparramadas en una de las cajas en el piso. Los almohadones comenzaron a sernos incómodos.
- ¡Algún pichón jugando al rin-raje! - les dije ante sus miradas - ¡Quédense tranquilos!... ¡El negro en un rato llega!... ¡Confíen en mi intuición! - agregué mientras llenaba to­das las copas, realmente preocupada. Maica derramó la suya y se ganó las bromas de todos.
El timbre volvió a sonar.
Esta vez nos levantamos trabajosamente los cinco. Yuyo se quejó por el ruido que hicieron cada uno de los huesos de sus rodillas, nos reímos de él y salimos apresurados.
Esta vez fue diferente. Si bien no había nadie, una silueta no lejana nos dejó la convic­ción de que esa noche alguien tenía ganas de molestar. Yuyo insultó con estridencia y Maica trató de calmarlo.
- ¡A Horacio no le pasó nada!... Quedate tranquila... te conozco Gringa, estás preocupada... - me dijo José en tanto los demás, corrían por el patio. - ¿Te dejó los paquetes acá... ? ¡Me ima­ginó!...-
- Te imaginás mal... ¡A mi no me trajo nada!... Si hoy iba a caer con todo ¿O por qué te pensás que nos juntó? -
- ¡Dale Gringa!... No jodas... - me dijo con esa voz que a mí me ponía nerviosa.
Ya le había dicho a Horacio que José no me gustaba: - ¡Qué sabés vos de mis amigos a ver...! ¿Qué te hizo? ¿¡eh!? ¡Decíme que te hizo que yo le paro el carro!... Pero fundamentame Gringa - ¿Qué querés que te fundamente? Te estoy diciendo que es algo así como un presenti­miento... como... qué sé yo... Algo... hay algo que no me gusta... José no me cierra... ¿Me entendés?... ¡No es como los demás...!- Escucháme genio... ¿Vos te pensás que yo los negocios los cierro por “ intuición”? - le había dicho mofándose - No Gringuita... Las cosas no son así...- agregó aquella noche mientras compartían un cigarrillo.
- ¡Aflojá Gringa!... Decíme que es una joda y que tenés todo acá con las instrucciones in­cluidas. Dale... Confesá - fue la voz metálica de José.
Lo miré sin saber qué decirle. La verdad ya se la había dicho.
- ¡Che! ¡Agretas! ¿No vienen a tomar algo...? ¡Dale Gringa que es tu casa...! ¡Sos la anfitriona! - gritó Nita - y vos... vení conmigo sino cuando aparezca el otro le cuento que no me das bola por estar con la mina de él.
- ¡Anda boluda que ya estás borracha! - su voz fue tan firme que hizo que Nita se diera vuelta y saliera de la cocina asustada.
- Volvamos a lo nuestro Gringa... ¡Horacio sabe que no me puede hacer esto! Acá hay mu­cha plata en juego, así que andá pensando algo. ¡El hijo de puta no puede darse por desapare­cido después de haber cobrado todo por adelantado! ¿Entendés? -
- Decíme ¿Vos me estás hablando en serio? ¡Creo que te estás yendo al carajo...! - espeté sacando un valor desconocido hasta ese momento para mí. Sin darle tiempo a que me diga nada y sin mirarlo amagué a salir de la cocina. En un flash estaba su cara pegada a la mía, y mi cuerpo transpirando.
- Gringa... hay cosas con las que yo no jodo... ¿Te queda claro? -
Yuyo, Maica y Nita estaban revolcados por el piso de la sala. Desde el patio, el gato mi­raba sin interés la escena, mi cuerpo se había aflojado.
- ¡Loco! ¡Póngase bien y compórtense porque esto en mi casa no me gusta! - dije con voz firme. Maica empezó a juntar la pizza caída y Yuyo fue a lavar los vasos, en tanto Nita, caía en los brazos a José con clara intensión de distenderlo.
- ¡Salí tarada...! ¿¡No sabés que cuando estoy de mal humor necesito pensar tranquilo!? - le gritó mientras con un empujón la separó de su lado.
Nita me miró con recelo. Su bronca le hizo entender todo mal. Yuyo apareció en medio del incidente.
- ¡Mirala Yuyo...! ¡Esta puta lo quiere a José...! ¡Me lo quiere sacar y como es la mina del jefe se debe creer!... - la bofetada sonó hueca y nos dolió seguramente mucho más a los tes­tigos que a Nita - ¡Llevala a dormir antes de que la mate! - le dijo a Maica. Las dos desaparecieron. En ese momento sonó el timbre.
- ¡Voy yo Gringa...! ¡Y pensá porque de acá... yo no me voy vacío...!- Yuyo me miró con la sensación de haberse perdido algo.
- El mal parido se cree que Horacio lo quiere joder y que está escondido, parece que le dio plata adelantada... y... -
- ¿Qué hacés Gringuita?... ¡No me mires así por una par de horas que me atrasé...! ¡Te dije que esto era delicado y a lo mejor intentaba caminos nuevos...! Pero por lo que veo estás acompañada por amigos... ¡Nada mejor corazón...! ¡Nada mejor que en estos momentos los mu­chacho estén con vos y te cuiden...! ¡Gracias Yuyo...! ¡Josecito...! - dijo abrazándolos.
La voz de Horacio me distrajo de toda la pesadilla. José había vuelto a ser como era adelante de él. Me miró ordenándome que me olvidase de todo.
- ¿Hay algo calentito para tomar, Gringuita? - Mientras los tres se iban para la sala abrazados, puse el agua para preparar café.



imagen: tutoria5b.blogia

miércoles, 15 de abril de 2009

MANDATOS




El otoño se avecinaba con apenas ganas esa tarde. En el pasillo de la antigua casa larga, los hijos caminaban sin hacer ruido como quien pasea su angustia aletar­gada en un hospital. La abuela Natasia hubiese querido conversar con cada uno de ellos - pero el tiempo que sangraba una despedida anunciada no se lo permitió - entonces llamó a la tía Eugenia: “Yo se que me vas a de­cir que sos feliz, ¡y seguramente muchas veces habrás tenido momentos de felici­dad... no lo dis­cuto!... Dejame hablar a mi que no me queda mucho... - dijo con la voz quebrada ante el primer reflejo de molestia de Eugenia - dejame que te pida... ¡Que no reniegues de la vida y que si te viene un buen muchacho no lo desprecies...! ¡El amor es otra cosa, no es pasión ni sueño, es una cons­trucción pesada, el matrimonio es... renunciación... ! Vos siempre fuiste soñadora... como tu padre... pobre... Yo en cambio,... Yo siempre los voy a estar mirando desde donde me toque estar... y deseo ferviente­mente que no te quedes sola... porque desde que tu padre murió... (Dios lo tenga en la gloria) conocí la vejez en soledad... ¡y no tanto como va a ser la tuya... porque los tuve a uste­des y los chicos!... ¡Mis nietos... que han hecho ruido suficiente como para despertarme de mis le­targos y melancolías... - sonrió sin fuerzas - ¡Eugenia...! ¡Los sobrinos no al­canzan...! ¡Ni los hermanos!... ¡Prometeme que vas a hacer lo posible por casarte antes que pase tu pe­ríodo de mu­jer...! ¡Ya sé que igual se es mu­jer, pero no una mujer entera...! ¡Entendeme... y si te duele perdoname... sé que lo que digo es por tu bien...!”

Las hojas de las ramas que hacían la sombra fresca del verano, habían formado una alfombra ocre al caer el sol amodorrado. Eugenia no había podido decirle a su madre todo lo que quería. Natasia, otra vez, no se lo había permitido.

De los funerales también se encargó la tía; después, se despidió de sus hermanos y sobri­nos con extrañeza. Todos sospecharon que no volverían a verla por el breve dis­curso que le dedicó a cada uno.
Ella, intuyó lo mismo.
De todos los hijos había sido la más pegada a Natasia, la que había corrido una y otra vez a las clínicas, la que le cobraba la pensión, la que la llevaba los domingos por la tarde a tomar el té en alguna confitería del centro mientras la abuela había cami­nado; después, siguió siendo la compañía taciturna de una madre vieja, cada domingo de los últimos años.
Así Eugenia había dejado pasar muchas horas de su vida. Con la imagen falsa de mujer independiente, había postergado planes cada vez que la abuela Natasia la había requerido en la vieja casa. De pequeña había soñado con un hogar propio y una vida tan digna como la que habían ido construyendo sus amigas y familiares, sin embargo...

La parte que le había tocado en herencia se la cedió a su her­mana María que desde su viudez, era la que más privaciones venía pasando.
La tarde siguiente a la reunión con el abogado de la familia, Eugenia pasó por la casa de su madre, armó una pequeña bolsa con algunos recuerdos y repasó cada bal­dosa: fue cuando se vio jugando a la rayuela con su hermana y sus primas en el patio del fondo. Des­pués olfateó la humedad de las paredes y sin volver la vista atrás cerró la puerta del pasillo que daba a la calle.

A los pocos días tuvieron la noticia: la tía Eugenia, presa de una profunda de­presión se había medicado mal, y nada se había podido hacer. María fue la primera en llegar al servicio médico y debió reconocerla. Ese día habíamos quedado al cuidado de una vecina, que aún hoy, se acerca cada tarde a preguntar por mamá.

Tanto mi madre como todos mis tíos jamás pu­dieron salir de dudas acerca de la salud de la tía porque el médico, íntimo amigo de ella, les retaceó información amparado en el pedido Eugenia.
Para mí la tía se sui­cidó, lo sospecho por su vida solitaria según los di­chos familiares y por aquella mirada hueca que mamá siempre recordó en ella, la tarde que echó el primer puñado de tierra sobre el ataúd de la abuela - ¡lamento tanto no poder re­cordarla!.
El discurso que le dio mi abuela, me fue con­tado por mamá lo escuchó a través del ventanal mientras reprochaba en silencio, la crueldad senil de su madre. Después de lo de Eu­genia, mamá prácticamente no volvió a ver a sus hermanos. Siempre que salía el tema contaba que desde chicos ya, su hermana y ella habían sido muy unidas, y los tres va­rones habían andado cada cual por su lado.

Han pasado treinta y dos años desde que fallecieron aquellas dos mujeres. Hoy el sol, también perezoso, deja entrever rayos débiles. Mis hermanos caminan y hablan despacio mientras inventan tonterías para despejarse. Han hecho tres veces café y mis sobrinos berrean a sus madres el aburrimiento.
Estoy al lado de la cama de mi madre, viéndola morir, y sintiendo la impoten­cia de no saber qué hacer para que no sufra. Y siento pánico... porque de sus cuatro hi­jos, me ha elegido para hablar a solas.

foto flirkr.com






jueves, 19 de marzo de 2009

TOLERANCIA CERO



Cuando me vi con la pistola apoyada en la sien del pobre infeliz, no atiné a pensar en todo lo posterior. Pero él me ayudo. Yo simplemente quería gatillar.

El inodoro estaba tapado hacía más de una semana. Le pedí a Raúl cuatro veces que pasase la cinta. El muy vago nunca me hizo caso y le dije que le prohibiría usar el baño. Se rió. Y eso me provocó una puntada en la boca del estómago.
Me di cuenta que me creía incapaz de cumplir mi amenaza. Y tenía razón porque vivía amenazándolo y nunca cumplía nada. Pero ese día busqué en el botiquín la llave de la puerta del baño - que había guardado cuando Joaquín comenzó a ir solito - y lo cerré y me llevé la llave a la oficina; total, Joaquín ese fin de semana estaría con el padre.

La lluvia repentina de la tarde me decidió a la tan postergada compra de un par de zapatos, los que llevaba puestos me habían humedecido los pies. Compré cuatro empanadas y una lata de cerveza, para más no me alcanzó. Si Raúl quería tomar algo, que se comprara.

Estaba durmiendo, como la mayoría de las veces con la tele prendida. Era el momento en que me agarraban arcadas y agradecía no haber tenido hijos con él y lloraba en silencio. Me senté en el banco de la cocina y me tragué tres empanadas. Cuando apagué la televisión se despertó. Me miró de reojo y con voz de ultratumba dijo: - si no me das las llaves del baño no sólo voy a mear en tus macetas sino que voy a cagar tus plantas... ¿Qué decís?... - desafió.
En ese momento como un recuerdo extranjero vi la imagen de nuestra primera salida y realmente no pude creer que eso era aquel mismo ser humano: - Si mañana no está el baño destapado me vuelvo a llevar las llaves y a vos te hago el bolsito ¿Oíste?...
- ¿Te volviste loca?
- No, loca estoy hace rato... sino no te hubiese podido aguantar...
- Vos... boluda, desde que vas a esa psicóloga de mierda estás cada vez peor... ¡Qué mierda te está poniendo en la cabeza esa hija de puta...! ¿eh...?
- Volvés con lo mismo... ¡Como te duele que vaya!... ¡Eso es porque tenés cola de paja...! y porque sabés que soy una frustrada y que me vendiste un boleto vencido... es eso... y que me de cuenta... ¡más te jode!... tenés miedo que se te termine la beca... ¿es eso no?... ya te dije si mañana el baño no está en condiciones te vas... y sabés que no estoy jodiendo...
- Decíme... vos querés que yo me vaya... decimelo no me amenaces ¿o... te pensás que no tengo a dónde ir eh? Decime, dale... hablá...
- Estoy cansada... ¡dejame dormir!...
- ¡Dormir una mierda!..., venís acá a decirme boludeces, ¡me negás el uso del sanitario y ahora estás cansada!... ¡estás muy mal eh!... ¡¿eso no te lo dice la boluda esa?!... eso...¡que estás muy mal!...
- Raúl terminala que no quiero más problemas, o arreglás el baño o te vas es mi última palabra y me importa una mierda a donde vayas, ¡ni tu vieja te quiere cerca...!
- ¡Con mi vieja no te metas!...
- Mirá mejor no hablemos... tengo sueño...
- Que tenés que decir de mi vieja ¿eh? Decíme... que tenés que decir si jamás se mete... que no jode... ¡que es una santa!...
- No se mete porque tiene miedo que te “devuelva”, por eso no se mete ¿o te pensás que no sabe el paquete que le saqué de encima?
- ¿No me querés más?, es eso... vos no me querés más... ¿No me querés más gorda?... no me hagas esto... ¿no me querés más?... ¿hay otro?... decíme la verdad... que sino me vas partir el corazón... decíme má... ¿No me querés más?
- ¡Cómo no te voy a querer más!... ¿Qué estás diciendo tonto?
- ¿Vos te das cuenta cómo me estás tratando últimamente...?
- Y... ¿Vos te das cuenta que hace un año que no trabajás y ni siquiera me ayudás con la casa?
- ¡Si sabés que estoy deprimido!...
- Todo lo que quieras querido... pero esto dejó de ser una clínica de reposo desde que tenemos tres meses de expensas atrasadas... ¿vos eso lo entendés “amorrrrr”...?
- Esta bien... pero... ¿qué tiene que ver eso con el baño tapado?...
- Que si mañana no lo arreglás te armo el bolsito... y además...
- ¿Ves? Ya me estás amenazando de nuevo... ¿ves como me tratás?
- No me enrosques... pensá lo que quieras... mañana el baño arreglado o te vas...

Hace un año que el baboso de don Roque me invita a tomar café. Él se cree que en algún momento voy a aceptar por el hecho de que tiene el poder de darme o no horas extras. A lo mejor no está tan equivocado.

La tarde estaba espléndida. Quizás era la primera tarde hermosa de la primavera y no tuve ganas de volver a casa. Arreglé con mamá para que se llevase a Joaquín a la casa del padre. Total ella y Jorge se juntan a menudo a tomar mate y sacarme el cuero. ¡También!... a lo mejor tienen razón... Pero con Jorge me aburría. Si, es cierto, no sabía lo que era pasar privaciones ni deber nada, sabía lo que era tener tarjeta de crédito, ¡y también!... lo que era dormirme durante quince días o más, sola, porque él se quedaba en su escritorio trabajando,... sabía todo lo bueno... y había olvidado lo que era la pasión... que finalmente, este energúmeno había vuelto a despertar en mí... ¡como cuando tenía veinte años..! Es apasionado, un payaso, un señor nadie que nada le importa y me hace reír. Y con él reí por los quince años de mi cara de culo durante mi matrimonio. Cara de aburrida, de anorgásmica, cara de frígida, cara de la señora del ingeniero Riobamba, y de un día para otro aceptar esa insistente invitación del vendedor que traía los insumos al estudio. Aceptar más allá de los mil consejos de mi mejor amiga que hoy finalmente, me contiene y me aguanta. Después dejar el estudio porque eran amigos de Jorge y no quise... Ahora morir en esa oficina gris... La plaza está plagada de chicos que corretean y juegan a la pelota. Pienso en Joaquín.

Don Roque me pidió que llevase a los viajantes hasta el aeropuerto. No tenía ganas pero tampoco me haría mal manejar un rato y despejarme. Joaquín pasaría la semana en la casa de su padre. Raúl seguramente seguiría durmiendo por cuanto no hacía falta avisar a nadie de mi tardanza. Me dio las llaves de la Vitara y emprendí el viaje.

La noche – después de despedir a los viajantes- me recibió lejos de Ezeiza, de mi casa y de todo lo conocido.
Tomé la autopista, empalmé caminos nuevos y me senté casi a las once de la noche en una parrilla de esas feas con aspecto de sucias donde paran los camioneros que viajan por el país.
Uno de ellos, con aspecto de no bañarse hacía por lo menos tres días me invitó con un vaso de vino y hablamos hasta muy tarde. Gracias a Dios no pretendía nada, sólo un poco de charla con una mujer (supongo porque nuestra conversación tuvo que ver con el país, la política, sus hijo, el mío, su mujer, mi pareja) De pronto, una furiosa molestia en los ovarios me decidió a pensar en la vuelta. Nos intercambiamos teléfonos sabiendo ambos, que jamás nos volveríamos a ver, ni a hablar, sin embargo, nos pareció bien.
El camino estaba oscuro. Busqué el encendedor por todas partes. Seguramente, lo había dejado en la parrilla. Me tiré sobre la banquina y revolví mi cartera. Tras agotar las posibilidades, abrí la guantera.
Fue cuando descubrí el arma.
Al principio me asusté.
Acto seguido proferí insultos contra Roque por haberla dejado allí. Podían haberme llevado en cana si me llegaban a parar. Emprendí el regreso un tanto intranquila. La ruta estaba despoblada. De vez en cuando algún micro trasnochado o un camión me hacía luces, los dejaba pasar y seguía tranquila. Al rato volví a abrir la guantera y la miré. Era linda. Estaba cuidada y brillosa. Cerré la guantera y apresuré el paso hasta salir a la ruta 205 que estaba más iluminada. Mis ovarios molestaban y comencé a sacar cuentas. Y si, a lo mejor estaba en fecha y no me había dado cuenta, ya no me preocupaba como en las primeras épocas con Raúl, tampoco había motivo para eso...

Cuando pasé Burzaco y llegué a Adrogué me asaltaron ganas de recorrer ese pueblo que lo sabía lindo. Me aparté, crucé las vías y recorrí la zona residencial y recordé viejas épocas cuando cursaba la facultad en el Normal ¿Sería el normal o el nacional?... El celular comenzó a marcar la batería baja. Pensé en Raúl y sentí mi casa tomada como el cuento de Don Julio, pero esto, era real. Y no tuve ganas de regresar aún. Sabía lo que me esperaba. Si bien el baño estaría arreglado, sentí injusto tener que armar una batalla cada vez que había que solucionar algo.
Salí por Alsina y crucé la barrera en Banfield. Sobre Irigoyen paré en una estación de servicio. Cargué nafta y bajé a tomar una cerveza que a esa hora no me quisieron vender.
Cuando regresé a la camioneta volví a mirarla. Era... ¡No entiendo nada de armas!... pero esa; definitivamente, me atrajo desde el primer encuentro.

Dejé la camioneta en el garaje de don Alberto. Él ya sabía que yo caía cada tanto con el coche de la firma. Y nunca quería cobrarme. Sería en honor a haber sido su cliente hasta que tuve que vender mi coche, un par de meses después de que Raúl se quedó sin trabajo.
Cuando abrí sigilosamente la puerta lo vi sentado, con la cabeza caída sobre su hombro derecho, con la tele prendida, baboseándose, profundamente dormido. No apagué la tele. Apenas si me enjuagué los dientes y me acosté.
No pude leer siquiera una página de la novela que venía tratando de terminar hacía más de un mes, en mi cabeza estaba la imagen del revólver. Sin sueño, y con ganas de volver a salir, pensé en Joaquín y la vida que había dejado de darle... (su único héroe ahora era su papá y me siento culpable...), dejé que el cansancio me venciera hasta que el sol diese en mi cara para levantarme.

Dejé la Vitara en el garage de la empresa y subí. Era el día que entregaban los tickets para el súper, así que me dediqué mentalmente, a hacer la lista.
Roque estaba esperando que le contase cómo me había ido. Sin embargo, no fui a su oficina hasta después del mediodía.
Un paquete metalizado azul con una gran moño rojo esperaba sobre el escritorio del viejo que se levantó cuando entré y me dio las gracias por sacarlo del apuro a la vez que tomaba el presente (así lo llamó) y lo extendió hacia mí. ¿A quien no le gusta recibir este tipo de sorpresas?... - me dijo Sonia cuando me recriminé haber aceptado el perfume importado que me regaló el viejo.
Llamé a Joaquín. Me dijo que no me extrañaba. Por un lado me sentí molesta y también una dulce sensación de tranquilidad me invadió. Mi amiga insistió en cenar juntas. Usaría su tarjeta y después se vería. De nuevo, y por enésima vez en el mes, no tenía ganas de regresar a casa. Pero era mi casa, la de Joaquín, la que Jorge había puesto a nuestro nombre para que viviésemos tranquilos. Todo era una pesadilla. Sin Jorge se llegaba a enterar de las expensas, primero sería hiriente y en medio de una sonrisita guacha me ofrecería la plata. Pero ya no. No quería más humillaciones. ¡Y Raúl que no hacía nada por intentar cambiar la situación! ¿Por qué a mí? - me encontré diciéndome mientras me miraba en el espejo del ascensor ( pasada la medianoche). ¡Tan imperdonable era el pecado de volver a enamorarse? ¿Me había enamorado o había sido un espejismo adolescente? ¿Qué me pasa? ¿ Y con Jorge qué? ¡Con Jorge nada! Esa pregunta ya me la había contestado hacía rato!... En el mismo espejo apareció mi madre (arpía y mala como siempre) con sus escándalos cuando se enteró que me quería separar. Y de pronto, como una tisana, algunas palabras de Alejandra, mi analista. Y seguidos, todos los recuerdos... todos mis sentimientos frustrados, y mis sueños... y Raúl que no es lo que pintó... y Joaquín... lo único que había hecho bien en mi vida... Joaquín...

Don Roque me invitó a almorzar. Sabía por qué era... por primera vez en tantos años dejé de negarme. Me sentí segura en aquel restaurante porque consideré que podría jugar de local. Lo primero que hizo fue preguntarme por el revólver. No sé porque mentí con tanta tranquilidad, aún no comprendo. Es más, me ofendí porque él pensó que tenía el arma en su camioneta y encima no me había avisado sabiendo que yo debía hacer un viaje largo con los extranjeros. Además le aclaré que no hurgaba su camioneta cada vez que me la daba. Se disculpó, - no, no lo tomes a mal pero estaba seguro que la había dejado allí cuando había “hecho bancos” (como decía él), no te enojes, estoy preocupado ¿sabés? ¡¿Cómo voy a desconfiar de vos?!... -pasamos a otro tema y no se habló más del asunto. Me enteré que por la tarde realizó la denuncia. Estaba nervioso el viejo. Supe que no podría usarla sin estar detenida en menos de un día. Pensé en “Yaguii” y “Nacho”. Ellos en una época andaban en el negocio. Cuando comencé a sacar la cuenta de la cantidad de años que no los veía... me perdí....

Los fines de semana tan ansiados en otra época, ahora me resultaban tortuosos días sin fin. Llamé a Joaquín, y Jorge aprovechó para explicarme que se iría con Elsa, su nueva pareja, una semana a Bariloche. ¡Por supuesto que podía llevar a Joaquín, para lo que tenía que vivir a mi lado!... además no tenía faltas, y ¡era segundo grado! Nada grave... ¡Que mejor que ir a conocer la nieve! – como me dijo mi bebé cuando el padre lo puso al teléfono. Pasaría a darme un beso - y no prepares ningún bolso, que ya fuimos de compras, no le hace falta nada... despreocupate... – ¿Por qué había sido tan estúpida? ¡Acaso no sería yo la que tendría que ir a Bariloche si no hubiese hecho la cagada de mi vida? ¿Por qué fui tan honesta y no me busqué un amante y nada más? además... ¿Hacía cuánto que alguien no me decía “despreocupate”? Que seguro que estaba Jorge de mí. Antes de mi respuesta ya le había comprado todo... Si, me daba cuenta que todos habían aprendido a manejarme, a conocerme... ¡Soy una previsible de mierda eso es lo que soy! – mi analista tenía aún mucho trabajo por delante – me dije en tanto llenaba el lavarropas de trapos por segunda vez. Miré todo a mi alrededor y traté de no pensar... “se puede vivir sin pensar”- de nuevo Cortázar y sus sentencias.
Terminé de pasar la ropa por la secadora y colgué en el balcón. Raúl escuchaba una audición de fútbol mientras repasaba los azulejos de la cocina. – de reojo lo observé un par de veces – se había asustado, pensé. Estaba hecho una seda. Pero ya era muy tarde. Después del almuerzo me invitó a hacer la siesta. Eran más que claras sus intenciones, y la verdad, no tenía ganas de pelear, tampoco de estar con él pero..., me metí en la cama... estuvimos hasta las nueve de la noche. Sentí lo mismo que el último año con Jorge. ¡Una angustia profunda se apoderó de mí!... A esa hora si no salía, iba a volverme loca.
Caminamos mucho, casi sin hablar. No dejaba de darme vueltas en la cabeza la imagen del revolver que había escondido en a parte alta del placard. Tomamos una cerveza sentados en una plaza, igual que todos los pendejos drogones. Hacía frío. Él me miraba con ternura, me acariciaba. Yo lo esquivaba. Nunca dudé de su amor. Pero eso no basta para vivir con alguien. Raúl sabía que estaba todo mal. Yo ya había tomado decidido.

Me levanté temprano. Apenas logré dormir un par de horas. En puntillas salí de casa y me senté en la escalera para ocultar muy bien el revólver. Desayuné en un bar de La Boca y paseé por la feria artesanal que recién se estaba armando. Caminé un buen rato por Almirante Brown hasta que llegué a la parada del 54. Al cruzar el puente de La Boca evoqué aquellas noches que volvía del I.S.E.R. Cuando bajé pude constatar que el barrio no había cambiado nada recorrí los negocios de siempre que estaban comenzando a levantar sus persianas. Me di cuenta que tendría que esperar hasta el mediodía para ver a los muchachos que conocía. Todos andaban de noche, así que antes de las 12, imposible encontrar a alguien. Caminé, no sin temor, por 25 de Mayo hasta Avenida Mitre. Compré el diario y me senté en la Plaza Alsina a leer tranquila. Raúl seguiría durmiendo. Era lo que mejor sabía hacer (le reproché con el pensamiento)
Comí comida china, tomé café irlandés, miré las vidrieras derruidas de Avellaneda y subí el 373.
Ahí estaban. Como hacía 12 años atrás. En el mismo lugar transando de la misma manera. Ellos también me reconocieron y se asombraron cuando los encaré. Uno de ellos, el mas joven había sido alumno mío cuando daba clases en Dock Sud. Tres años había trabajado de maestra, después había conocido a Jorge y me fui del barrio y... además no me gustaba ser maestra de grado. Estar a expensas de directoras mediocres y programas anquilosados, enseñar mentiras históricas y rendir pleitesías a las autoridades en cada acto escolar... ¡A la mierda con todo! Había sido una buena decisión.
Le mostré el revolver: - ¿Cuánto querés?
- No quiero plata. Quiero otro revolver...- dije tranquila al darme cuenta que no me preguntarían nada.
- Dame dos días.
- ¿Vuelvo el martes pero a la noche?...
- No te venga para acá, decime y yo te ubico... ¡así te no venís a la noche para acá!...
- ¿Querés que te lo deje?
- Si no tenés problemas...
- De qué... acaso ¿pensás jorobarme? - dije con una valentía que desconocía en mí.
- ¡Para nada!... tengo memoria...
- ¿Entonces?... te lo dejo, pero el martes sin falta por favor...
- ¿Eh... a qué se debe el apuro? – se rió
- A que quiero sacarme de encima a mi nuevo marido.
- ¿Vas a hacerlo vos? - se sonrió con cierta preocupación y sin juzgarme.
- Si..., no tengo plata para encargues...
- Pensálo, esto sería parte del pago... es buena -– me dijo mientras la toqueteaba y observaba - ¡ Hablemos el martes! ¿Si?... tranquilizate... todo es más fácil de o que creés... ¿Tus viejos bien?...
- Mamá sí. Papá sigue guardado...
- ¿Todavía?
- ¿Viste lo que es no tener un padrino?... - agregué en un intento de redimirme - pensálo... cuidate...
- ¡Acá no pasa nada!... Él porque fue para la capital... aunque ahora allá está igual que acá... no pasa nada... me alegra ayudarte... hace mucho que tengo una deuda con vos... es más creí que nunca la iba a saldar... te fuiste... - me dijo haciendo referencia a mis ayudas en la escuela... (Le había “fabricado” un par de certificados para que no quedase libre).
- Olvidate...
- No... ¡los favores se pagan!...
- Bueno me voy...
- ¡El martes!...
- Si, ¡el martes!...

Caminaba como una borracha. Mis pensamientos, uno sobre otro no me permitían ver , ni andar bien... algo en mí... algo estaba revolviéndose, algo, Jorge, mi vida, Joaquín mi vida, Raúl mi vida, mi coche que ya no tengo, Bariloche, mi vida, las ausencias, el baño tapado, la ropa tirada, bajar la cabeza para no quedar sin trabajo, el viejo asqueroso que se insinúa, mi hijo, la noche, la mañana, Bariloche, camina, el colectivo y él durmiendo o viendo tele, mis zapatos gastados y húmedos, el colegio que no puedo bancar, y Jorge haciéndose el todopoderoso y me da plata escondida pero delante de Joaquín para tener una complicidad conmigo y demostrarme su poder y llegar y hacer todo... limpiar el inodoro, la cama, la ropa, la comida, el sueño que no concilio, los sueños postergados, otra vez ver a mis amigas que me dicen chau porque se van de vacaciones y yo me la Bancaría si mi pareja hace el mismo esfuerzo que yo pero no, no es mi ladero... sólo mira tele y se deprime y a veces pasa tres o cuatro o diez días sin bañarse... pero lo quiere a Joaquín... no sé si lo quiere... o es un cómodo... ( si no se banca a los hijos propios...) o... y mis arrugas.... ¡me estoy arrugando!, estoy dejando pasar mis mejores años... estoy dejándome abandonar en una ochava de la oficina,... y resolver problemas que no son míos sólo para dos horas extras por día... y los tickets que en realidad alcanzan para una semana o diez días sólo para eso... ¿para qué? Si Raúl... si Raúl... dejé todo por él, mi vida... la mejor que conocí... no como mi vieja que dejó su vida por ese hijo de puta que no hizo más que afanar... mas que robar y robarnos sueños e ilusiones.. y aguantar a mamá llorando cada noche que papá no venía a casa o venía escapándose, y yo preguntando y ella inventando hasta aquel maldito día y después Jorge y mentir para no espantarlo.... y el tedio y la rutina pero mejor que mamá y ella queriendo que yo viviera una vida mejor... sin embargo, el tedio... a vos porque no te pasó como a mí ¡y yo que culpa tengo de lo que te paso a vos? Entonces separarme y Raúl como un oasis que nunca fue... y Raúl mirando tele o durmiendo sin querer siquiera bañarse a veces... y Joaquín que pregunta y yo que miento como mi mamá... No... no...

A la media cuadra regresé. Le pedí el revolver. Me miró con reprobación pero no dijo nada. Lo limpió bien. Me sonreí y le expliqué que lo iba a pensar, que de todas maneras nos viésemos el martes a no ser que lo llamara al número que me había dado. – Si no tenés noticias mías por favor vení.
Sabía que era de confianza.
Regresé tranquila a casa. Raúl estaba hecho una furia. Que no le aviso a dónde voy. Que mi vieja no sabía decirle nada. Que para mi vos andás con otro. Que si no te alcanza decíme y te doy más - ¡¿Qué me vas a dar vos!? ¿Más que problemas y disgustos hijo de puta? ¿O vos te pensás que las cosas se arreglan con ese bulto que tenés entre las piernas? ¡¿Eh?! ¡¿Que carajo tenés en la cabeza boludo?!
No me contestó. Supe que no lo haría por lo azorado que lo vi. Claro si yo jamás había sido así. Jamás lo había insultado más que la otra noche. Nunca le había hecho frente. Ahora sentía que estaba jugada.
Se me abalanzó. No supe si para abrazarme o para darme un bife. Mi reacción fue más rápida. Fue cuando saqué el revolver, de golpe, con movimientos rápidos del fondo de mi bolso. Mi manos no temblaron pero si transpiraban. Con el bolso aún colgado del hombro le apunté a la sien. Se quedó muy quietito. Pálido. Empezó a temblar. Me di cuenta que quería decirme algo pero no le salía.
Él también transpiraba.
Cuando pudo esgrimir palabra alguna sólo dijo - me voy, no hagas una locura, pensá en Joaquín. Está bien. Calmate, no hagas locuras, tranquilizate... me voy... en serio... quedate tranquila, pensá de verdad, tené en cuenta en serio a Joaquín, yo no importo... Joaquín... pensá en él... yo agarro las cosas y me voy... baja el arma... por favor... estás tan nerviosa últimamente... baja el revólver ¿Si?
Fue la primera vez en los últimos meses que escuché de su boca algo coherente: tenía que pensar en el nene. Me quedé unos instantes así. Me gustó mucho verle esa cara cargada de pánico. Era una buena venganza después de toda su indiferencia. Con la pistola aún sobre su sien lo hice arrodillar. Pedirme perdón por los malos tratos y su abulia. Me pidió perdón en cien tonos de voz diferentes.
- Si no te vas en diez minutos te mato - fue lo único que dije mientras le tiraba una bolsa de residuos de consorcio en los pies para que juntase sus cosas. Mientras lo hacía no dejé de apuntarlo. Tenía muchas ganas de matarlo. Tengo ganas de matarlo - me dije- ése era el deseo. Sentí por un momento que podía recuperar el tiempo perdido. Pero no, no era cierto. Aunque matarlo sería hacer algo por el bien de la humanidad – pensé ¿Y Joaquín? Joaquín... Joaquín... Cada vez que me tentaba pensaba en él y su “sonrisa sol” como le decía su maestra de primer grado. No podía joderle la vida así a mi hijo, ni arruinármela yo por ese malparido.
Finalmente, se fue.


Dormí desde el domingo hasta ahora.
Por suerte el médico de la empresa no vino y si tocó timbre no lo escuché. La ducha bien tibia me reanimó y siento que la sangre vuelve a correr por mi cuerpo. Tengo sed. Mucha sed. Una música de arpas, de violines y suaves contornos de luz llegan hasta mi cuerpo. Me siento más liviana. Seguro que hoy llama Joaquín... mi madre por suerte no molestó o no la escuché que sería mejor... Me voy a pintar, buscar mi mejor ropa, voy a salir a caminar... voy a tratar de ser feliz y recuperar mis sueños, y cuando llegue la noche veré a Grillo.
No sé bien si le voy a ofrecer el arma y ganarme unos pesos, o se la voy a dar en parte de pago.