sábado, 7 de noviembre de 2009

PAISAJE



Cae la tarde sobre el viejo Puente Pueyrredón, y una masa metálica transita, en paralelo - por el otro puente- el final de la jornada.
Hace calor de Avellaneda casi en verano.
Un viejo junta cartones. Algunas siluetas entran al bingo, otros se dirigen hacia las torres como llegada al hogar tras un día de trabajo acompañado por el corte de la C.C.C.
Ya nadie se asusta de ver caras encapuchadas. Por H. Irigoyen han estado cerca de la Estación de Avellaneda. Siguen los reclamos de quienes han sido postergados. Continúan las marchas en busca de respuestas. Los rehenes somos los de siempre: gente que va a su trabajo, al estudio, a… vivir.
Avellaneda supura puestos de trabajo que son pocos. Emana fábricas por sus laterales, despliega una historia de grandes industrias y muchas escuelas.
Avellaneda tiene la mirada de una ciudad que no quiere quedarse en la intención.
Desde la ventana del noveno piso, veo la brisa que hace bailar a los pocos árboles que hay en Mitre. Puedo vislumbrar el favor tibio de una caminata por el puente peatonal, “camino de las geishas” le decimos los lugareños, que cansa en cada uno de sus escalones espantosos.
Desde lo alto los ómnibus semejan elefantes cansados. Mucha gente espera su transporte. Algunas señoras con sus bolsas intentan buscar ofertas inexistentes, y unos colegiales repican sus voces, componiendo un bullicio alegre, el de la juventud.
Frente al centro cultural un edificio gris con aspecto de abandonado, descansa sus persianas cual párpados pesados.
Va a llegar la noche en cualquier momento en mi ciudad. Y de pronto un relámpago hiere el cielo como una daga luminosa.
Las primeras gotas gruesas de agua pesada se estrellan contra los vidrios del ventanal. No puedo evitar recordarte, querido Julio*… Yo no sé, mira, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro, qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de la ventana; se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae. Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes, mientras le crece la barriga; ya es una gotaza que cuelga majestuosa, y de pronto zup, ahí va, plaf, deshecha, nada, una viscosidad en el mármol. Pero las hay que se suicidan y se entregan enseguida, brotan en el marco y ahí mismo se tiran; me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse.
Tristes gotas, redondas inocentes gotas. Adiós gotas.
Adiós.Entonces me aparto de la ventana.
Prendo un maldito pucho.
Enciendo la lámpara y elijo un libro de poemas. Y decido olvidarme del afuera, decido entonces, ser feliz, por un rato.

*Julio Cortázar

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