lunes, 8 de febrero de 2010

RASTROS DE NOSOTROS


Leli llegó con algunos bizcochitos rescatados de las góndolas de un supermercado. Ricardo y Carlos colocan una media sombra en la ventana del sótano. Los cuatro en silencio se disponen a organizar las cajas abarrotadas de escritos, cuadernillos y fotografías digitales recuperadas de otras sepia.

La madrugada los sorprende con hambre.
Algo habrá que preparar. Las bolsas de alimentos secos y la escasa agua les impone una nueva manera de cocinar. Allí hay gas, pero no han tenido suerte con la electricidad. Por eso tratan de trabajar de día sin embargo, hoy han debido arreglarse con un viejo sol de noche, porque el entusiasmo ha podido más que la realidad.

Desde el sótano, por la ventana que queda sobre la vereda de Montes de Oca, Elizabeth vislumbra un rayo de claridad gris.
Sin pensarlo demasiado se arremolina y puede constatar que la lluvia ha cesado. Hay poca gente por todos lados y un silencio gutural enferma sus ganas de relaciones públicas. Los demás se han quedado dormidos. Saca una mano por una hendija que dejaron los muchachos por expreso pedido de ella. El aire espeso refriega un sabor áspero.
No sabe qué día es. Entiende que han pasado demasiadas horas y que el riacho cercano - maloliente en otra época - no es más que el dibujo sobre la tierra, que semeja una rama seca.
El sol, una mancha lánguida y grisácea, dibuja espectros; y algunas estrellas, flotan dibujando otras estrellas.
Lo único que le preocupa es hallar más escritos. Sin hacer ruido, busca su barbijo y sale a transitar por las calles de su pueblo.

Donde estuvo el viejo edificio que atesoraba documentos es el refugio de alimañas. Será cuestión de reintentar el ingreso al archivo histórico del Centro Cultural Barracas al Sud, esta vez con la ayuda del fuego para ir abriéndose paso.
Sabe que su bisabuela Raquel trabajó allí y que alguna vez gastó esas calles en compañía de sus amigos, talleristas y conocidos. Sabe que revisó - como pretende ahora ella - papeles amarillos y resquebrajados que la ayudaron a recomponer la historia de algunas personas relacionadas con las letras, la literatura y la historia de Avellaneda. Que en muchas ocasiones Raquel y su padre, hablaron del fenómeno ambiental y de los terribles riesgos a los que estaban expuestos, hasta que un día sucedió: aquel imborrable 29 de diciembre comenzó con una llama en la planta de coque y continuó con un cordón de fuego que comió por 25 de mayo hasta Roca todas las casas y conventillos. Y las fábricas fueron explotando junto a todo el polo y un nudo gigantesco de humo y gases hirvieron por Manuel Estévez a sus habitantes, sus sueños y sus futuros. Y desde el Riachuelo hasta Quilmes sobre la rivera miles de muertos y las plantas industriales y villa inflamable... Domínico y su parque, Sarandi y su costa ¡y tantos lugares! hoy no son más que un recuerdo de esos que sangran por los poros de quienes pertenecen al lugar.
Recordó que su bisabuela sostenía que a lo mejor, era lo que el universo necesitaba: volver a empezar (y pensó que la vieja estaría arteriosclerótica para pensar así sin medir consecuencias). Aquellos, en los que Raquel y su padre conversaban, eran los tiempos de la llamaba globalización y el país se caía en pedazos gracias al capitalismo atroz que se había impuesto durante las últimas décadas del 1900.
Y por eso, era importante dejar testimonios - estableció la familia a través de las generaciones - para que no volvamos a equivocarnos tanto, para que todos tomemos conciencia. Había dejado escrito la vieja en un diario que fue pasando en manos de la familia y finalmente Elizabeth tomó como misión.
Y quiere ser, al menos intentarlo, quien continúe la busca de información y dejar reescrito nuevos testimonios. A pesar de su osamenta cansada lo intentará (se ha dicho cada vez que sus fuerzas flaquean).

Las alimañas roen los pocos alimentos que van quedando a la vista. Los hipermercados han sido vaciados y la gente que se reencuentra se abraza y habla en medio de la congoja, acerca de comenzar una nueva forma de organización.
El aire de a poco se vacía de gases tóxicos y los residuales son los que afortunadamente, se soportan; aunque todos saben que sus pieles no volverán a ser iguales.

Llega al viejo edificio de Mitre 366.
Un temblor en el alma inunda su piel de sudor. La entrada principal está bloqueada y el pasillo de la izquierda por el que ingresa, es frío y oscuro, se conservan en sus paredes murales viejos que cuentan la historia de los saladeros, de los frigoríficos y apeaderos. Sigue el camino y se topa con una daguerrotipo, unos pasos más y traspasa un pequeño patio, otro gran portón y de nuevo hacia la izquierda, una puerta abierta la aguarda.

Pudo recuperar escasos papeles.
La han corrido bichos inmundos que se desconocían hasta antes de la explosión del polo petroquímico. Son seguramente nuevas especies de alimañas adaptadas a la nueva atmósfera del lugar - piensa.
Regresaré las veces que sea necesario - se dice en tanto con un gran esfuerzo trata de cargar la mayor cantidad de material posible que estaba en sobres anaranjados, debajo de algunas cajas polvorientas y roídas.

El aire espeso derrama una sensación pegajosa en su rostro. Le arden los ojos. Al transitar las calles se cruza con algunos conocidos que revisan casas vacías en busca de comida, de muebles, según sean los casos, también de ropa.
Ella se siente afortunada porque el día de la explosión se había quedado en casa de una amiga en Adrogué. Pero al instante piensa en su familia residente de Dock Sud que están desaparecidos. Una vaga sensación de orfandad sacude su pecho. Otra vez esa angustia le cierra el alma y desea como hace tantos días, que esto no sea más que una larga pesadilla colectiva y que de una buena vez, todos despierten al mismo tiempo y pueda recuperar su ciudad tal la recuerda.

Todavía y a pesar de que han transcurrido más de dos meses, los cordones sanitarios no permiten salir ni entrar a nadie. Aún no sabe bien de dónde surgen sus fuerzas para completar el mandato familiar. En el refugio de la calle Montes de Oca (donde funcionaba la escuela de danzas) cerca del Centro Cultural y de la casa de algunos conocidos, armarán los archivos de la nueva Avellaneda.
Algunos la miran con desprecio - por ocuparse de algo “tan intelectual” en estos momentos - le han llegado a decir, en las reuniones que se realizan en lo que fuera la casa de la cultura y en las que se dividen las ocupaciones para la reorganización.
Elizabeth sabe que un pueblo sin memoria esta condenado a reiterar errores y en eso basa su meta.
Sabe también que no habrá nuevas oportunidades para muchos.
Que su ciudad se ha convertido en un basurero de deshechos químicos anunciados por tanto tiempo y que nadie escuchó. Que las ciudades aledañas no quieren saber nada con Avellaneda, que quienes viven allí son discriminados por la posible portación de enfermedades contagiosas y porque el aspecto es diferentes a los del resto, sus pieles...

Sacude la cabeza para intentar espantar tanta tristeza y agonía.
Llega a lo que es su nuevo hogar. Entra en silencio. Los demás ya se han levantado.
Una y otra vez trata de cambiar la cara para no infectar de tristeza a sus amigos. El desayuno, igual que la cena, finalmente sigue siendo bizcochitos y mate.
Durante el desayuno arreglan las actividades del día. Siente la mirada de Carlos como un apoyo moral importante. Ricardo aún está semi dormido. Los cuatro y como un principio impuesto por la realidad tan agobiante, se toman de las manos formando una rueda de la que saben que nadie saldrá sin una buena razón. En silencio se levantan y cada uno sale hacia su destino: mientras Leli va a su casa en busca de agua y algo que sirva para la alacena, Elizabeth se dirige a lo que fue la Sociedad Popular de Educación para tratar de conseguir material y acrecentar lo hallado. Ricardo y Carlos han salido a buscar elementos que les permitan armar estantes para el archivo.
En dos horas los cuatro volverán a encontrarse.

Otro día, desde la esperanza de reconstruir un nuevo lugar para quienes quieran conocer las raíces de su devastada ciudad, harán frente a los gases químicos, a la falta de agua y alimentos y por sobre todo a los recuerdos que cada uno tiene de quienes ya no están.
Y en el más silenciosos de los lugares de la ciudad, cuatro personas intentarán a través de la información, que la historia no se reitere y que finalmente Avellaneda vuelva a ser un lugar pujante, como lo fue alguna vez hace mucho, muchísimo tiempo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario